Tomado de » Ël Libro del Aprendiz» de Oswald Wirth, traducido por el VH Enrique Gay Calbó

El profano que se presenta para ser admitido en la Masonería, es introducido primero en un sitio retirado, en el que se le invita a despojarse de todos los objetos metálicos que pueda llevar consigo; monedas, joyas, armas, condecoraciones, etc., y todo debe ser entregado al hno Preparador,  que debe entregarlos al Maestro de la Logia.

Los metales representan todo lo que brilla con un falso esplendor. Cuando el espíritu no tiene experiencia se deja seducir fácilmente por nociones engañosas, admitidas de forma general. El Pensador debe desconfiar de las opiniones hechas.

La moneda corriente de los prejuicios vulgares constituye una riqueza ilusoria, que el sabio debe aprender a despreciar. Es preciso hacerse pobre en espíritu si se quiere entrar en el Reino de los Cielos; si se quiere ser Iniciado y concebir la Verdad. Se está más cerca de ella cuando nada se sabe, que cuando se sigue atado a los errores. Mejor es carecer de todo que tener deudas.

El hombre que aspira a ser libre debe aprender a prescindir de las cosas fútiles. Los antiguos sabios despreciaban el lujo, La Razón les mandaba a reducir sus necesidades a lo estrictamente indispensable y a buscar la riqueza en la ausencia de los deseos inmoderados. Quien vive contento con nada lo posee todo.

Sin embargo, el Iniciado no está en la obligación de hacer voto de pobreza. Debe recordar, simplemente, que la codicia es el eje de todos los vicios anti sociales; es el gran elemento de desorden que las viejas cosmogonías representan con la figura de una serpiente. La ambición individual provoca la ruptura de la armonía general; hace expulsar a la humanidad del Edén, destruye la Edad de Oro.

El Pensador debe situarse por si mismo en las condiciones de pureza y de inocencia que se atribuye al estado natural.

Cuando se torna a la se4ncillez de la primera edad es que se llega a las condiciones más favorables para la investigación desinteresada de la Verdad.