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En lo que se refiere a la imagen de la mujer, quizás uno de los temas que genera más polémica en el mundo es el del pañuelo que llevan las mujeres musulmanas. Sin embargo, ¿no son algunas costumbres de las occidentales mucho peores? Los tacones que llevamos la mayoría de nosotras son dolorosos, costosos, imprácticos, exagerados, provocan lesiones y problemas de salud, limitan el movimiento, dificultan la defensa y la huida en caso de peligro, alientan el consumismo y banalizan a la mujer. ¿Cuántas de esas cosas hace un pañuelo?
Cuando nos ponemos tacones elevamos el talón y desplazamos toda la presión hacia los dedos, que terminan deformándose. Al caminar nos inclinamos hacia delante y eso repercute en los tobillos, las rodillas y la columna vertebral: se producen afecciones como tendinitis, artrosis y artritis, y dolores en las piernas, cuello y espalda. Algunos problemas se cronifican y solo se resuelven con operaciones quirúrgicas.
Este tipo de zapatos te priva de libertad. Planeas menos desplazamientos y adoptas una actitud más pasiva allí donde vas. Te cuesta más respirar y mantener el equilibrio, lo que obliga a parte de tu cerebro a concentrarse solo en esa tarea.
Este calzado suele ser más caro y se alterna con otros para evitar lesiones, y eso genera más gasto. A inicios de este año la Dirección General del Consumo en Nueva York publicó un informe donde señalaba el coste económico de ser mujer: pagamos más que los hombres por los mismos productos (como cuchillas para depilar, perfume o ropa), incluso cuando cuestan menos de fabricar. Esta cantidad adicional se ha llamado informalmente en inglés pink tax y se estima que puede ascender al 50% del precio que abonan los hombres. A estos gastos habría que añadir los que genera la variedad de prendas que compramos, como distintos estilos de calzado, porque no son versátiles.
Los zapatos altos siempre se llevaron para llamar la atención: en Venecia, en el siglo XV las prostitutas calzaban plataformas para destacar; un siglo después los aristócratas usaban tacones como símbolo de estatus, pues indicaban que no tenían que caminar ni trabajar. Cuando las clases más humildes copiaron la moda, los más poderosos aumentaron la altura de esa pieza para distinguirse. Hoy se llevan de hasta 15 centímetros, cuando se aconseja no superar los 3.
Por supuesto, además de las plataformas y los stilettos hay otros bienes de consumo femenino superfluos, nocivos y caros. El maquillaje, además de ser agresivo para la piel, puede contener sustancias cancerígenas. Es cierto que lo mismo ocurre con otros productos no destinados particularmente a las mujeres, pero el maquillaje suele ser innecesario. Como también las mascarillas, el suavizante, la loción hidratante específica para cada zona del cuerpo, el ácido hialurónico, el exfoliante, el tónico, el anticelulítico, el esmalte, el quitaesmalte y todas esas cremas que las mujeres usan a menudo.
Está en marcha nada menos que una lucha por los derechos civiles, encabezada por los jóvenes y su inagotable energía.
Los tacones, los cosméticos y el culto a la imagen en general marcan diferencias entre hombres y mujeres. A ellas no se les toma tan en serio y terminan ocupando puestos de trabajo inferiores o peor remunerados. Ya sabemos que ganan menos: un 16,1%menos en la Unión Europea y un 17,8% en España, según la Comisión Europea y el Instituto Nacional de Estadística. En Estados Unidos ese porcentaje llega al 21%.Incluso perciben menos cuando desempeñan la misma labor. Esto ocurre en todas las edades, razas y nivel educativo, en una medida u otra.
Algunos hombres se preguntan por qué no llevamos calzado plano, pero ellos mismos siguen señalando las curvas (que los tacones acentúan) como uno de los principales criterios a la hora de escoger a su pareja. Hace unos días se publicó un artículo en elNew York Times titulado «Por qué los hombres prefieren casarse con Melanias pero criar a Ivankas», sobre la esposa y la hija del candidato republicano a la Casa Blanca, Donald Trump. Según el artículo, parece que algunos hombres contraen matrimonio con mujeres atractivas, como la ex modelo y ama de casa Melania, pero educan a sus hijas para que se realicen profesionalmente, como Ivanka. Ven a sus niñas objetivamente, como personas que deben labrarse un futuro.
Uno podría decir que Donald Trump es un caso poco común, exagerado (de la aspirante presidencial Carly Fiorina dijo: «Mira qué cara tiene, ¿quién va a votar a alguien así?»). Pero muchos jefes de gobierno, por seguir con la clase política, parecen prestar también bastante atención al físico, como el presidente francés François Hollande, cuya tercera pareja es una actriz diecisiete años menor que él. Respecto a la edad, es como si cada año que envejece un hombre, la mujer envejeciera dos.
Las mujeres no luchamos lo suficiente contra esta tendencia a venerar la imagen. Al contrario, hay muchas que recomiendan a sus amigas que se pinten más. Personas por lo demás inteligentes, educadas y prácticas. Este círculo vicioso de hombres que prefieren a mujeres bellas y mujeres que reaccionan mejorando su presencia y dando lecciones no solicitadas a las demás lo alimenta, obviamente, el enorme poder de los medios. Las revistas de moda están en todas partes aunque no las compres, los anuncios en tu tableta aparecen aunque no los busques y y las películas siguen proyectando estereotipos de género, aunque de una forma velada.
En las últimas décadas la sociedad ha abierto las puertas a las jóvenes que desean ir a la universidad: hoy en día son el 58% de los licenciados en los países de la OCDE y casi la mitad de los doctorados. Pero los criterios para valorarlas no han cambiado al mismo ritmo. Les damos un título pero les pagamos menos o las empleamos como secretarias. Les aseguramos que el interior es lo que cuenta pero las animamos a que se destrocen el metatarso para estar guapas. Hay una diferencia entre lo que se les ha facilitado hacer desde niñas y lo que realmente se les pide hacer después, entre lo que muchos hombres dicen que aprecian en una mujer y lo que realmente aprecian. Eso crea un conflicto interior en las mujeres y dificulta el progreso de un país en su conjunto.
Si la sociedad occidental quiere que las musulmanas se liberen del pañuelo, ¿por qué me esclaviza a mí con los tacones? Adoptamos una actitud deliberadamente sesgada al analizar cualquier asunto, desde una prenda de ropa hasta un conflicto bélico. Los que lo hacen mal son siempre los otros.
http://www.huffingtonpost.es/lidia-lozano/la-esclavitud-de-la-mujer_b_11194860.html?utm_hp_ref=spain
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