Editado por V. Gago y el equipo de Actuall.
La Administración Trump llamó a este lunes “día uno”. En realidad, fue el día cuatro. Primeras decisiones del nuevo presidente en el despacho oval: retirar los fondos públicos a las organizaciones –Planned Parenthood, entre otras– que promueven el aborto y lo practican en el extranjero, darse de baja del tratado de comercio del Pacífico, congelar la contratación de empleados públicos –excepto en las Fuerzas Armadas y cuerpos de seguridad–, y ordenar una revisión del NAFTA, el tratado de libre comercio con México y Canadá.
Normalmente, el primer día en la oficina se pasa colocando fotos de la familia, ajustando la altura de la silla, localizando la máquina del café y el cuarto de baño, y configurando el correo electrónico corporativo. No para Donald Trump. Su “día uno” fue una sesión intensiva marcando el terreno de su Presidencia: guerras culturales y guerras comerciales. Derogar la agenda cultural de la izquierda y frenar la agenda económica de la globalización. Lo que dijo que haría es lo que ha empezado a hacer.
El nuevo portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, explicó por qué un gesto contra el aborto ha sido una de las primeras decisiones del presidente Trump: “Muestra al mundo el valor que le damos a la vida”.
Añadió que “no es ningún secreto que el presidente ha dejado muy claro que será un presidente pro-vida”.
Prohibir fondos federales para Planned Parenthood no es solo una cuestión de principios –subrayó el portavoz Spicer–, “sino también de respeto a los contribuyentes”.
La medida ya estuvo en vigor durante el mandato de George W. Bush. Al reactivarla desde el “día uno”, el presidente Trump parece enviar un mensaje a los ideólogos de la Marcha de las Mujeres del pasado fin de semana: no le asusta tener enfrente a los medios, y acepta el desafío de las culture wars –“batallas por los valores”.
Es un mensaje también para todas las democracias: el aborto no es un expediente cerrado. Por el contrario, está en el centro del escrutinio sobre la legitimidad del sistema. ¿Puede haber civilización democrática con aborto? ¿Puede una forma de vida civilizada acoger las leyes y la tecnología para eliminar seres humanos inocentes a una escala industrial?
Estados Unidos sentará en la ONU a Nikki Haley, una embajadora militante en la causa pro-vida. El nuevo presidente ha prometido proponer un juez pro-vida para el Tribunal Supremo. Su “día uno” en la Casa Blanca ha incluido una medida significativa contra los intereses de la industria del aborto.
Donald Trump puede ganar esta batalla cultural, pero solo si ayuda a otras democracias a darla también. Desentenderse del mundo y erigir fronteras comerciales no abolirá las leyes injustas dentro y fuera de los Estados Unidos.
El comercio propaga a largo plazo los valores civilizados, aunque también pueda cambiar las costumbres y universalizar algunas leyes injustas. Va en el lote de la libertad. Una cosa es segura: sin comercio, la guerra y la tiranía tienen lo tienen más fácil para enseñorearse del mundo.
Cerrar las fronteras a los productos de México, Canadá, Europa, Australia o Japón no hará más seguro a los Estados Unidos frente al aborto, y en cambio, dará carta blanca a otras democracias para especializarse en industrias siniestras como la de Planned Parenthood.
El Gobierno de México ya ha avisado con dar réplica con medidas espejo a todas las barreras comerciales que levante el presidente Trump. Solo en algo puede que tuviera razón el presidente Chino, Xi Jinping, cuando habló en Davos la semana pasada, probándose el traje de aspirante a líder de la globalización: “No hay ganadores en las guerras comerciales”.
Abolir el aborto es la una de las causas contra la tiranía en el mundo de nuestro tiempo. No hay ninguna razón para que no la lidere Estados Unidos, como ha hecho con éxito en todas las guerras que han librado al mundo de la tiranía en los últimos cien años.
Me gustaría conocer tu punto de vista sobre las primeras decisiones del presidente Trump. Escríbeme a vgago@actuall.com.
Deja un comentario