Los mensajeros Espirituales en la biblia


De la Historia Sagrada se desprende que los documentos primarios son los escritos por los profetas, por los que se comunica la divina revelación y los textos legislativos en los que esa revelación toma cuerpo para obrar sobre la vida del pueblo, sus vicisitudes, sus guerras, deportaciones, caídas, y resurgimientos religiosos, en los que, como importantes actores de la historia, intervienen los ministros de la revelación.

Es bien conocida la diferencia entre un Profeta y un Mensajero. El Mensajero es aquel a quien una ley es revelada y le es encomendado que la transmita, mientras que un Profeta es uno a quien una ley se revela pero no se le ordena que la comunique. Pero esta distinción no está libre de problemas, porque un Profeta está también designado a convocar a las personas, transmite el Mensaje y juzga en su pueblo.

La perspectiva correcta es que el Mensajero es uno que es enviado a las personas incrédulas, y el Profeta es aquel que es enviado a las personas creyentes para enseñarles y juzgar entre ellos.

Ellos, los profetas, que no fundaron ninguna religión, llevando una vida exteriormente austera de acuerdo con los Mandamientos, fueron perseguidos, anunciaban a los hombres los mensajes que percibían, teniendo un destino difícil en el mundo judío y cristiano, sufriendo muchas veces largos conflictos internos, hasta que aceptaron esta tarea. Su misión era la de tratar de salvar a la nación de su idolatría y maldad. Fracasando en esto; anunciar que la nación sería destruida. Pero no destruida del todo; un remanente sería salvada. De en medio de este remanente vendría una influencia que se extendería por toda la tierra y traería a Jehová a todas las naciones. Históricamente, lo que evocó la obra de los profetas fue la apostasía, es decir la renuncia de las creencias religiosas de las diez tribus al final del reino de Salomón.

Como medida política para mantener alejados a los dos reinos, el reino norteño adoptó como religión nacional la adoración de un becerro, la religión de Egipto. Poco después añadió el culto de Baal, conocido como padre de todos los dioses, dios de la lluvia, el trueno y la fertilidad, que también logró infiltrarse en el reino del sur. En esta crisis, cuando el pueblo de Dios mismo, Le abandonaba y se entregaba a la idolatría de las naciones vecinas, y el nombre de Dios desaparecía de las mentes de los hombres y Sus planes para la redención del mundo parecían fracasar, fue cuando aparecieron los profetas.

El “Espíritu de Dios” que ellos pueden oír en su interior, siendo una carga muy pesada, es el mensaje que ellos transmiten a la humanidad, como verdades sobrenaturales que sobrenaturalmente Dios les dio a conocer, entrando paralelamente en conflicto con los sacerdotes y escribas dominantes de aquella época. Los sacerdotes, entonces, eran los maestros religiosos regulares de la nación. Formaban una clase hereditaria, y a menudo eran los más malvados de la nación. Pero con todo, eran los maestros de religión. En lugar de clamar contra los pecados, caían ellos mismos y llegaban a ser caudillos de maldad. Los profetas no eran de clase hereditaria. Cada uno recibió un llamamiento directo de Dios.

El objeto de estas divinas comunicaciones se extienden a todas aquellas cosas que pueden ser conocidas por vía sobrenatural; los misterios de la vida futura, de su providencia, de su redención. Es decir las leyes de las buenas costumbres, por las que el hombre se encamina a Dios. Dentro del amplísimo objeto de la ciencia que comunica Dios a sus profetas, cabe distinguir varios grados en la ilustración de la mente del profeta y el conocimiento adquirido por él. El primero es aquella ilustración divina en virtud de la cual conoce el profeta las verdades sobrenaturales, los misterios divinos que se ofrecen a su mente, en forma clara, inteligible, sin los velos de las imágenes sensibles. El segundo es la ilustración en que las cosas divinas se le presentan a la mente del profeta revestidas de imágenes sensibles. El tercero, finalmente, es la ilustración por la cual el profeta juzga, como una verdad y certeza de manera que el entendimiento natural, es el conocimiento que ha adquirido por medios naturales.

Las revelaciones proféticas de las verdades divinas se ajustan a una ley que importa mucho conocer. Es la ley del progreso. La razón de este progreso no está en Dios, que desde el primer momento podía revelarlo todo, sino en el hombre, que no era materia dispuesta para recibir de una vez todo cuanto Dios quería comunicarle. Aun los mismos profetas, órganos del magisterio Divino, aunque más ilustrados que el pueblo al que se dirigían, no siempre vieron en sus conceptos y en las palabras lo que expresaban cuanto iba implícito. También para ellos había un progreso correspondiente al del pueblo, pues siendo el fin de la profecía el bien y la utilidad espiritual del pueblo, tanto a cada uno de ellos se les comunicaba en términos claros o en imágenes y símbolos cuanto en cada tiempo convenía enseñar al pueblo. Así llevó Dios a plena ejecución su plan, comenzando la revelación desde los orígenes mismos de la Humanidad.

La actividad de los profetas se desarrolló en íntima conexión con la vida religiosa, moral y hasta política del pueblo israelita. Es por ello que importa mucho, para entenderlos, conocer el ambiente histórico en que ejercían su ministerio. Materia de sus represiones son las idolatrías del pueblo, las injusticias de los jueces, la opresión de parte de los poderosos y el quebranto de la ley divina por parte de todos. La política demasiado humana de los gobernantes, que por su falta de fe en Dios acudían a alianzas peligrosas para la vida religiosa del pueblo, ofrece también a algunos profetas, como Isaías, y Jeremías, materia de duros reproches. Este período de los profetas, abarcó, poco más o menos 400 años, 800-400 a.C. El acontecimiento fundamental fue la destrucción de Jerusalén, cronológicamente más o menos a mediados de ese tiempo. Con este evento, de una o de otra manera, se relacionaban de hecho o cronológicamente siete de los profetas: Jeremías, Ezequiel, Daniel, Abdías, Nahum, Habacuc y Sofonías. Con referencia a la Biblia, Isaías y Jeremías, fueron considerados los “profetas mayores”, junto con Baruc, Ezequiel, y Daniel, basándose esta clasificación por el tamaño de los libros.

Con Oseas comienza la serie de los doce “profetas menores”, Joel, Amós, Abdias, Jonás, Miqueas, Sofonías, Nahúm, Habacuc, Ageo, Zacarías y Malaquías. Se llaman menores, no porque fuesen profetas de una categoría menor, si no por la escasa extensión de sus profecías en relación con los “profetas mayores”.

El tema “profecía” nos es lo que hemos expuesto aquí. Las profecías originales de estos hombres, según la historia, son auténticas y que sólo aquel cuya consciencia está más o menos en consonancia con la Espiritualidad y los Mandamientos de Dios, está en situación de recibir realmente mensajes proféticos.

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– La Biblia.
– Jesús y El Evangelio (Juana de Ángelis)

Escrito por Juan Miguel Fernández Muñoz.
Asociación de Estudios Espíritas de Madrid.
Revista FEEPublicado en Juan Miguel Fernández Muñoz

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