Por Sebastian Jans
INTRODUCCION.
La Masonería Simbólica fundamenta su labor docente a través de los símbolos, y, a partir de aquellos que físicamente adornan el Templo, promueve el estudio y la acción transformadora de sus miembros, en su formidable Obra inmaterial, axiológica y espiritual. Los símbolos que ornamentan este lugar consagrado al Hombre y a su relación con la Obra del Gran Arquitecto, son motivo de la indagación intelectual de sus adeptos, desde el momento en que se nos confiere el privilegio de la Iniciación, siendo conducidos al estudio de la significación esotérica y exotérica de aquello que se presenta ante nuestros ojos: las herramientas de cada grado, el ara, el libro, el pavimento mosaico, las columnas del pórtico, la cadena, la bóveda celestial, las luces de los sitiales, en fin. Todos ellos nos sugieren un conjunto de posibilidades, que estimulan al estudio, a la reflexión, y a la más intensa vivencia espiritual.
Miles de horas, miles de páginas, han dedicado los masones en cada generación, para escudriñar las alternativas y variables de interpretación, que proponen los distintos componentes del Templo. Sin embargo, aquel elemento simbólico menos abordado, es la representación de los signos zodiacales en las 12 columnas que sostienen la bóveda celestial.
No es un aspecto poco significativo. De hecho, por ejemplo, desde la fundación de la Revista Masónica hasta 1994, solo se publicaron en sus páginas tres trabajos relativos al tema, lo que constituye una muy baja cifra, si consideramos que sobre el simbolismo de la piedra bruta, se publicaron 38 trabajos.
En los Programas de Docencia de la Gran Logia de Chile, en las últimas cinco décadas, incluido el actualmente vigente que data de 1998, temáticamente no aparece propuesto el simbolismo zodiacal en ninguno de los tres grados simbólicos. Solo se hace presente en los planes de la Masonería Filosófica o Capitular, a pesar de que, desde el momento de ver la luz, el Aprendiz ve desplegado ante sus ojos los doce signos, ordenados de izquierda a derecha, los cuales le acompañarán durante toda su vida iniciática.
No es una indiferencia menor respecto a este símbolo, y ha sido, precisamente, aquella falta de intensidad en las indagaciones simbólicas de la Masonería Chilena, la que me ha motivado, muy especialmente, para abordar este aspecto simbólico, con la esperanza de incitar a quienes puedan estar indiferentes frente a su inamovible presencia, por siglos, en los talleres de la Orden.
Cotidianamente, en nuestros Talleres nos reunimos entre doce columnas, que, simbólicamente, sostienen el espacio sideral, en cada una de las cuales se encuentra una imagen que representa a uno de los signos zodiacales. Allí se encuentran, muchas veces ignorados en la cotidianidad de nuestras preocupaciones iniciáticas, sugiriéndonos que, en tiempos pasados, la Masonería originaria quiso dejar en uno de los lugares más importantes de la logia una presencia simbólica singular.
Es mi intención, en el plan de esta plancha, dar una visión que abarque los siguientes aspectos fundamentales: a) una indagación sobre el conocimiento zodiacal en la historia humana; b) los contenidos del conocimiento zodiacal en la Masonería; c) tratar de interpretar la baja opción investigativa de los masones chilenos de las recientes generaciones frente a éste símbolo fundamental, y d), proponer una visión personal sobre lo que implica el conocimiento zodiacal, desde una perspectiva gnoseológica y lo que, masónicamente, su simbolismo representa.
Desde luego, no hay una pretensión de dar una respuesta definitiva al respecto. Solo es un intento de reflexión que da cuenta de algunas perspectivas personales, que someto al libre juicio de los VV HH de ésta Resp L de Investigación.
EL ZODIACO Y EL CONOCIMIENTO ASTROLOGICO.
El término «Zodiaco» proviene del griego, que significa cintura de lo viviente, círculo de la vida o círculo de los seres vivos. Etimológicamente provendría de los vocablos Zoon, que quiere decir ser vivo, y dia, que significa a través.
El Zodiaco es una zona del espacio sideral, determinada por un observador terrestre, que se extiende a lo largo de la ecliptica u órbita descrita por la Tierra, en su movimiento anual de traslación alrededor del Sol. La determinación del ancho de esa banda, ha variado con el tiempo, para comprender dentro de ella el desplazamiento aparente – para un observador terrestre, insisto – de los planetas y astros que se requieren para el estudio astrológico. Esta franja debe comprender en ella el tránsito que el Sol, la Luna y los planetas recorren durante un año, pasando por las constelaciones, que da nombre a cada signo, o aproximándose a ellas.
Desde antiguo, esta franja de 360 grados está dividida en doce partes iguales, de 30 grados cada una, que reciben el nombre de las doce constelaciones que se encuentran ubicadas dentro o cerca de ese espacio. El nombre les fue conferido simbólicamente, de acuerdo a las características que se percibieron en aquellas épocas en cada constelación: Aries (el carnero), Tauro (el toro), Géminis (los gemelos), Cáncer (el cangrejo), Leo (el león), Virgo (la virgen), Libra (la balanza), Escorpio (el escorpión), Sagitario (el arquero), Capricornio (la cabra), Acuario (el aguador) y Piscis (los peces).
El desplazamiento de los astros, en el fondo estelar, según un observador ocular desde la superficie terrestre, ha sido el fundamento para desarrollar el conocimiento zodiacal. Como todos los planetas cambian de posición en el citado espacio, durante el año, describiendo singulares derroteros, se establecen distintas lecturas e interpretaciones, sobre las proximidades que, unos y otros, tengan, en un día determinado, e incluso, en una hora determinada. Es lo que se conoce como horóscopo (imagen de la hora), es decir, la hora astral del suceso o evento a estudiar, que presenta características específicas para ese momento en particular.
Por ejemplo, si observamos el planeta Marte, tomando como referencia determinadas estrellas, éste se desplaza durante algunos meses siguiendo una línea ligeramente curva, para luego hacer un giro ovoide (retrogradación), siguiendo por último, el mismo sentido anterior. El curso de ese desplazamiento, con respecto al del Sol, de la Luna y de los demás planetas, permite establecer relaciones frente a determinados procesos, que tienen que ver con la Naturaleza y con el Hombre, desde un aspecto individual y/o colectivo.
Primitivamente, los planetas considerados para el estudio zodiacal, fueron cinco: Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, sumados a las dos luminarias: el Sol y la Luna, que, en la terminología astrológica, se llaman también «planetas». Mas adelante, con el descubrimiento de los nuevos planetas, se agregaron Urano, Neptuno y Plutón.
El estudio zodiacal es lo que conocemos como astrología. Inicialmente, la astrología tuvo una perspectiva eminentemente natural, es decir, tenía que ver esencialmente con los fenómenos de la naturaleza. En la medida que se vinculó a los astros con los acontecimientos humanos, surgió lo que algunos llaman astrología judiciaria.
Durante muchos siglos se pretendió que, del estudio de los astros, se podían establecer «presagios» que afectarían los conglomerados sociales (locales, nacionales, etc.). De allí que se habla de una astrología colectivista. Sin embargo, a partir del desarrollo astrológico en la Grecia Antigua, tomará un curso básicamente individual, que apuntará a la determinación del carácter individual, mas que a la definición del futuro colectivo.
Según la Astrología, el aparente desplazamiento de los planetas por el Zodiaco, establece relaciones que determinan influencias en el nacimiento de las personas, moldeando sus rasgos fundamentales de índole espiritual y física. Ello constituye el hecho astrológico, expresado en el ciclo de la natividad y el individuo al cual pertenece. Esta aseveración no tiene demostración científica taxativa, pero, para el entender de los astrólogos, posee fundamento en el análisis estadístico de las frecuencias en las tendencias zodiacales.
Como metodología de trabajo, se construye la Carta Astral, un diseño gráfico, sobre un trazado circular, donde, a través de ciertas definiciones preestablecidas y algunos cálculos matemáticos, se ubican los planetas, representados con símbolos específicos, logrando, en definitiva, hacer una lectura del resultado gráfico que se obtenga. Para esa lectura existen también ciertas tablas o constantes de apoyo, de acuerdo a la posición de cada componente en el plano circunferencial de la Carta Astral, las que señalan determinadas tendencias que ayudan a lograr el objetivo (definición de rasgos de personalidad, influencias, eventualidades, etc.).
Como toda forma de conocimiento, a través de los tiempos, ha ido variando muchas de sus afirmaciones y conceptos, producto del propio desarrollo del pensamiento humano y de su acción esclarecedora. Desde las primeras aproximaciones de los caldeos hasta nuestros días, los cambios de perspectivas y referencias en la astrología han sido notables, como lo han sido los propios cambios en otras disciplinas mas reputadas en el ámbito del pensamiento empírico.
Los descubrimientos, los cambios de perspectivas, la acción de la ciencia, los aportes de la filosofía, en fin, han permitido modificar la comprensión que tiene el Hombre de la Naturaleza, así como han tenido un profundo impacto en los parámetros que dan sustento al estudio astrológico. Constituye un error pensar que la astrología se ha enclaustrado en sus referencias ptolomeicas o renacentistas. Mucha de la crítica dura contra el conocimiento zodiacal, basa sus argumentos en las visiones más arcaicas del conocimiento astrológico, sin considerar que, como el hombre, el estudio zodiacal, efectuado por hombres, está evolucionando permanentemente, poniéndose al día, reconsiderando sus afirmaciones cardinales.
A través de los tiempos, las ópticas de estudio de los fenómenos de la naturaleza y su relación con el hombre, han variado en su eje o centro de observación. En algunas oportunidades ha predominado el geocentrismo, es decir, el predominio de observación teniendo a la Tierra como centro. En otras, ha sido el antropocentrismo, es decir, una visión que tiene como centro al Hombre. En ocasiones, el predominio ha sido nomocentrista, es decir, sostenida en las leyes. También el teocentrismo, la visión a partir de la religión, ha tenido una presencia muy gravitante, como, en momentos, la visión deocéntrica, que sostiene la realidad centrada en Dios. En cada una de éstas visiones, la astrología ha ganado un lugar, compatibilizando sus planteamientos.
Con todo, el estudio astrológico no es absolutamente objetivo, ya que en él pueden incidir factores subjetivos, propios de la profundidad del conocimiento del que interpreta los fenómenos zodiacales. La cuestión a discernir, frente a esta forma de conocimiento, es un tema de resolución personal. Si los movimientos de los planetas y del Sol y la Luna, producen efectos en las personas o en la Naturaleza, sigue siendo un tema de debate que no concluirá en lo inmediato. Si esos efectos tienen un índice de frecuencias suficiente, como para demostrar el nivel de acierto de la astrología, es el gran tema a resolver para la aceptación plena de la misma.
LA ASTROLOGIA DESDE SUS ORIGENES HASTA PTOLOMEO.
En el principio de su civilización, el hombre, en su percepción más elemental e intuitiva, observó la imponente bóveda celestial, en las sobrecogedoras noches de los tiempos inmemoriales, y absorto y maravillado, por lo que tenía desplegado frente a sus ojos, consideró que aquel firmamento tachonado de luces titilantes debía tener un origen sobrenatural. No pudo evitar, seguramente, asociar aquello a una idea de divinidad, y estableció entonces formas de culto hacia los luceros y estrellas, los que identificó con nombres de dioses. Es lo que, para efectos de estudio, llamamos astrolatría.
Con el paso de los siglos, fue comprobando que los hechos cotidianos podían relacionarse con aquellos cuerpos celestiales. La Luna influenciaba las mareas, además de tener alguna coincidencia con los periodos de fertilidad de las mujeres. El Sol determinaba los ciclos climáticos. Las estrellas del firmamento permitían la orientación nocturna.
Sin embargo, a medida que fueron surgiendo mayores interrogantes sobre lo que ocurría en el cielo, la experiencia contemplativa fue siendo sustituida por el activo deseo de develar los misterios de la existencia humana, entendida como un fenómeno estrechamente ligado a la existencia del cosmos. Así, la astrolatría cedió su sitio a la astrología.
Sin duda, existió gran actividad astrológica mucho antes de los primeros documentos de ese carácter que hemos conocido con posterioridad. Investigaciones llevadas a cabo sobre inscripciones arqueológicas de la Edad del Hielo, indican, por ejemplo, que el hombre conocía los periodos lunares hace mas de 32.000 años.
Se han encontrado antecedentes astrológicos del reino de Sargón de Agade, alrededor del año 2.870 A.de C., que muestran predicciones basadas en las posiciones del Sol, la Luna y los cinco planetas entonces conocidos, mas una serie de datos sobre otros fenómenos, incluidos cometas y meteoritos.
No obstante fueron los caldeos los primeros en dejar una herencia específica en el estudio zodiacal y en el desarrollo de la astrología. Los caldeos, astrónomos y matemáticos agudos, observaron que los acontecimientos del cielo tenían un mismo patrón: las estrellas en el cielo se movían en el firmamento siguiendo un orden fijo, y los planetas se desplazaban casi en un mismo plano sobre el espacio estelar. Desde luego, era una observación simplemente ocular, y de naturaleza eminentemente terrestre. Estas observaciones los llevó a la conclusión de que los planetas seguían determinadas leyes, diseñándose las primeras tablas de los movimientos planetarios, siendo las más antiguas las que datan de la época del reinado asirio de Asurbanipal.
Para confeccionar su sistema cosmológico, los caldeos utilizaron doce constelaciones, por las que el Sol y la Luna pasaban periódicamente. Fundados en esa estructura cognitiva, se dedicaron a hacer predicciones sobre los grandes acontecimientos que podían afectarlos como nación, y las repercusiones que ellos podían traer (guerras, inundaciones, eclipses, en fin). Estos conocimientos fueron heredados por las culturas posteriores, tales como la egipcia, la griega y romana.
En el Egipto Antiguo, se estima que fueron introducidos en tiempos también remotos, aunque su mayor difusión parece haberse logrado en el siglo III A.de C., bajo el Imperio de Alejandro Magno. En los muros de los templos egipcios es posible aún consignarlo, siendo el más célebre el Zodiaco esculpido en el Templo de Hathor, en Déndera (Alto Egipto).
Importancia especial tuvo en la cultura helénica, el aporte de la escuela pitagórica, la primera en llamar cosmos a todo lo existente, implicando una reciprocidad de efectos entre el Universo y el Hombre, sosteniendo un principio de armonía, no basado en la divinización de los astros, sino que en su número, medida y en leyes geométricas. Hiparco de Nicea, en tanto, fue quien reafirmó dentro de la Grecia Antigua la idea de las doce divisiones, dándoles el nombre de las constelaciones más cercanas, y detectó el fenómeno conocido como precesión de los equinoccios.
En tanto, durante el apogeo del Imperio Romano, el arte de la adivinación, sostenido en el conocimiento astrológico, proliferó de tal manera que se hizo habitual su dominio por mercanchifles y charlatanes, oportunistas que contribuyeron históricamente al desprestigio de quienes se dedicaban seriamente al estudio zodiacal, al punto que, muchas de las descalificaciones que hoy sostienen los argumentos contra la astrología, descansan en esa herencia cultural.
Otras civilizaciones antiguas también desarrollaron un importante aporte al conocimiento astrológico. En la India se han encontrado vestigios de 5.000 años de antigüedad. Los nombres que los hindúes de hace 2.000 años, dieron a los signos de su zodiaco, fueron coincidentes, en su gran mayoría, con los nombres usados por los griegos.
Los chinos, en tanto, desarrollaron su propia interpretación astrológica, dividiendo los signos astrológicos en 5 moradas – un punto central y cuatro regiones cardinales – y cinco elementos – madera, fuego, tierra, metal y agua -, los que, a su vez, se agrupan en dos géneros: el Tang (macho, claridad, actividad), y el Ying (hembra, oscuridad, pasividad).
Los signos chinos recibieron los nombres de los animales más próximos a su cultura, y se identificaron con las características de éstos: rata, buey, tigre, liebre, dragón, serpiente, caballo, cabra, mono, gallo, perro y cerdo. Estos signos no dividen la franja del firmamento, como en el zodiaco babilónico, sino en el ecuador, y cada signo corresponde a cada una de las doce horas dobles, usadas para medir el día y los doce meses del año. Mucho mas tardíamente, son dignos de mención los estudios astrológicos de los árabes, que tuvieron a Albumansur, hacia los años 800 D.de C., como uno de sus principales exponentes. Es importante tener presente, que los mayas y toltecas, también desarrollaron un estudio zodiacal, a pesar de no haber tenido, aparentemente, relación con las cultural mediterráneas u orientales.
Sin embargo, no cabe duda que el aporte más fundamental al estudio de los astros, y al desarrollo científico de la astrología, provino de la cultura griega y del helenismo. No es una casualidad, si consideramos el contexto cultural que favorece esa potenciación.
En Alejandría, capital del Egipto desde el siglo III A.de C., gracias al sistemático trabajo de Ptolomeo (138-180 D.de C.), se establecen los enunciados sobre los cuales se interpretará el Universo a través de mas de un milenio. Es él quien formula una cosmovisión geocéntrica del mundo, especialmente en su libro Almagesto, que, mas allá de sistematizar la perspectiva astronómica de su época, indicaba que la Tierra era el centro del Universo, lo que le lleva a interpretar una visión humana del mundo, donde el conocimiento astrológico es lo medular. Recordemos que para los griegos la visión de la Tierra era esferoide, ya desde Eratóstenes (siglo III A.de C.), concepción que cambiaría en el mundo cristiano con Kosmas (500 años D.de C.), que aplicó la doctrina eclesiástica de un mundo plano, en el cual, el Paraíso estaba en el Este. En su obra Tetrabilón, Ptolomeo ordena las herencias astrológicas mesopotámicas, egipcias y griegas, formula la categoría de los signos, respecto de los llamados «planetas regentes» y plantea la importancia del horóscopo individual, apartándose de la astrología colectivista que había predominado hasta entonces.
Esta visión ptolomeica era absolutamente compatible con los valores y el sentido de armonía de los griegos, donde el hombre se sentía en el centro del Universo, y la finalidad de su existencia era el desarrollo total y armónico del cuerpo y el alma. Las dos máximas que estaban grabadas en el Templo de Apolo : «Nada en Exceso» y «Conócete a ti mismo», eran las referencias que servían para indicar el camino del autoconocimiento, del autodominio y la moderación, con relación a sí mismos, y en relación con el Universo.
A la luz de la historiografía modernista, hoy día el legado de Ptolomeo es reconocido en el ámbito de la astronomía, de las matemáticas, de la física y de la cartografía, ocultándose que no fue un astrónomo, sino que un astrólogo, cuyo aporte a la comprensión del hombre en el Universo, estuvo marcado por una cosmovisión que contenía lo fundamental del hombre griego que exaltó Alejandro Magno.
LA IMPORTANCIA DE LA ASTROLOGIA EN EL RENACIMIENTO.
Con el advenimiento de la Edad Media, se expresó claramente el dilema de los teólogos, en torno a clasificar a la astrología como ciencia o como arte adivinatorio prohibido. La pérdida irreparable de Alejandría y de su influencia cultural en el mundo mediterráneo, el anatema sobre aquellos pensadores cristianos que estaban en contradicción con la impronta de San Agustín de Hipona, creó las condiciones para la satanización religiosa de la astrología. Así, por ejemplo, John de Salisbury (1115-1180) plantearía que aquella usurpaba las prerrogativas del Creador. Pese a ello, algunas Universidades de la Edad Media, enseñaban astrología, como la de Bolonia (desde 1125) y Cambridge (1250)
En el siglo XIII, San Alberto Magno (1200-1280), separaría claramente la astrología de sus asociaciones paganas, planteando que las estrellas no podían incidir en el alma humana, aunque podían influir en el cuerpo y en la voluntad de los hombres. Santo Tomás de Aquino (1225-1274), reforzando aquel punto de vista, llegó a afirmar que la astrología podía considerarse un complemento de las visiones que la Iglesia tenía del Universo. El planteamiento tomista adquirirá tal arraigo, a nivel de la jerarquía esclesiástica, al punto que varios Papas contaron en su círculo de asesores o cortesanos, a uno o mas astrólogos.
En los siglos inmediatamente siguientes, el estudio astrológico adquirirá gran relevancia y gran difusión, como consecuencia de la expansión espiritual que significó el Renacimiento. Esta época constituyó la reposición o recuperación de los conceptos fundamentales del helenismo, luego de casi mil años de oscuridad cultural, impuesta por los dogmas de la fe y el poder confesional. Los conceptos griegos de armonía, de un Universo en que todo estaba relacionado, y cuyos componentes eran inter-dependientes, recuperó presencia en el mundo cultural occidental.
En virtud de ello, la astrología cobró especial importancia, así como se pudo desarrollar la alquimia. Había una valoración de los componentes de la Naturaleza, dentro de los cuales estaba el Hombre, como expresión culmine de la Obra del Creador. Por eso, se recuperó la singular valoración por la belleza humana, por el sentido armónico entre éste y Dios (recordemos el notable fresco de la Capilla Sixtina, obra de Miguel Angel, en que el Hombre y su Creador, refulgen en sus anatomías físicas, el uno junto al otro, componiendo una misma realidad). El antropocentrismo significaba que el Hombre estaba, pues, en el centro de la Creación, no que era el centro mismo, ya que el centro estaba ocupado por el Creador.
Consecuencia de esto, en la primera parte del Renacimiento, hubo intelectuales de trascendente importancia para la civilización occidental, que no fueron ignorantes del estudio astral y a su posible gravitación en el ser humano.
Uno de estos fue, sin duda alguna, Theophrastus Bombast von Hohenheim (1490-1541), mas conocido como Paracelso, verdadero padre de la medicina basada en la quimioterapia. Médico, alquimista, filósofo, astrólogo. Sin duda, representa a un arquetipo del hombre renacentista. A pesar de que nunca incursionó en la definición de horóscopos, avanzó profundamente en la relación de los astros con el cuerpo humano, así como con los minerales y las plantas. Esto fue muy gravitante en sus formulaciones respecto del uso de sustancias químicas en el tratamiento e enfermedades. Una de sus afirmaciones mas relevantes, que, desde hace algún tiempo, cobran especial fuerza en el estudio psicosomático, es la relativa a la relación de los fenómenos físicos con los psíquicos, en una concepción unitaria del cuerpo humano, que Paracelso relaciona íntimamente con la influencia astral.
Vale considerar en ésta perspectiva, en el mismo contexto, al sabio de Vinci, Leonardo (1452-1519), quien, con celo investigador y una profunda mirada, no se sustrajo a ese espejo de la armonía universal, que es el cielo estrellado, donde seguramente encontró la confirmación de que había descubierto, en la indagación del cuerpo humano y en su sensibilidad humanista: el mundo en miniatura – el hombre o microcosmos – es una reproducción de un modelo más grande – el universo o macrocosmos.
Casi contemporáneamente a Leonardo, el concepto geocéntrico de Ptolomeo, comenzaba a desmoronarse con las tesis de Copérnico, que, en 1543, el mismo año de su muerte, plantea en su libro De revolutlanbus arblum caelestlum, que la Tierra no era el centro del Universo, sino que el Sol, en torno al cual giraban los planetas.
La teoría de Copérnico afectó profundamente las tesis de los astrólogos, y la Iglesia Católica se declaró enconada enemiga de la misma, porque echaba por tierra su propio planteamiento de planitud terrestre. Quien sufriría los peores embates a causa del planteamiento copernicano, será Galileo, quien trató de hacerlas evidentes, a través de sus observaciones efectuadas con un telescopio, recibiendo las condenas de la jerarquía de la iglesia papal, que lo obligó a retractarse. Como sabemos, esta teoría será luego profundizada por Kepler, quien formula la ley del movimiento planetario, la velocidad de los planetas y la naturaleza de sus órbitas alrededor del Sol.
Kepler (1571-1630) sostuvo que «la ciencia de los astros se divide en dos partes: la primera, la astronomía, se refiere a los movimientos de los cuerpos celestes; la segunda, la astrología, a los efectos de los mismo cuerpos en un mundo sublunar». De hecho, su decidida opción astrológica, lo llevó a escribir varios libros al respecto.
Sementovsky-Kurilo plantea que la intención de alejar a Kepler de la astrología, por parte de ciertos historiadores, pretende superlativizar al científico en relación al hombre, pues, su obra, como expresión coherente de su personalidad, fue profundamente sensible a la armonía estructural de las cosas que hay en la naturaleza. «La astrología aparece a los ojos de Kepler – dice ese tratadista – como una ciencia, en sus premisas fundamentales, debido a los descubrimientos de la astronomía, y como un arte, en su aplicación práctica, que exige del astrólogo una aguda sensibilidad, lo que, en lenguaje cotidiano, significa asociación imaginativa de intuición psicológica».
Kepler, no solo se limitó a crear un sistema cosmológico con carácter genérico, sino que supo intuir la forma efectiva en la que se concretan las relaciones entre el cosmos y el hombre, proponiendo la existencia de un elemento activo, irradiado por los cuerpos celestes, que constituye algo así como la quintaesencia en movimiento, y que puede hoy homologarse con las comprobaciones de la física contemporánea respecto de la masa y onda de la luz.
Se puede decir, dice Sementovsky-Kurilo, que, con Kepler, termina la era de las grandes cosmologías. Nada de lo que se ha hecho, posteriomente, alcanza la profundidad y amplitud de aquellas. Lo que siguió en adelante, fueron la fragmentación, la unilateralidad, y el reduccionismo.
Efectivamente, en un momento del Renacimiento, hubo una ruptura entre el humanismo, que centraba sus objetivos en el Hombre y en su desarrollo espiritual, para centrarlo exclusivamente en el desarrollo material. El antropocentrismo, es decir, el Universo centrado en el hombre, fue sustituido y reemplazado por una visión en que el Universo es el hombre, ignorando el efecto de su acción en el resto de la cadena de la vida.
En un trabajo titulado «Refilosofía», propuse el siguiente criterio, que quiero traer a colación en esta oportunidad: «…el Humanismo renacentista estuvo predominado ampliamente por el antropocentrismo, es decir, aquella condición en la cual el hombre era puesto al centro de la Naturaleza, en armonía con un Universo que era comprensible – dentro de los límites del conocimiento de la época – respecto del transcurso humano. En cambio, lo que predomina a partir del apogeo modernista, es el antropicismo, que pone al hombre sobre la Naturaleza, la que supone funcional al propósito humano. Ergo, siendo el hombre parte de esa Naturaleza, éste se hace también funcional al hombre».
La ruptura con la astrología y el conocimiento zodiacal, se produce cuando la cultura europea opta abiertamente por un conocimiento espiritualmente neutral. Interesa del estudio de los astros solo aquello que permita definir las leyes que los gobiernan, no la relación de los astros con los hombres. En lo mismo que ocurre con el alquimismo, donde se acepta el manejo de las sustancias químicas, pero, no cualquier valoración de tales sustancias, como elementos de la naturaleza que forman parte de un sistema común, del cual es parte el ser humano. La ruptura con la astrología, es, ni más ni menos, que la ruptura con una concepción de la realidad, de la vida y del Universo, para imponer una concepción de la Naturaleza «objetiva», neutra, amoral, ideologizada.
Tal, pues, que, la depredación del medio ambiente, el deterioro progresivo de los recursos, la deshumanización, han sido expresiones de un gran desequilibrio que se producirá en adelante con la incontrolable acción transformadora del hombre, que busca, en la conquista de la Naturaleza, un exclusivo beneficio material.
CONCLUSION.
Al concluir esta plancha, quisiera sintetizar algunas de las ideas expuestas, en términos de poner énfasis respecto de ciertos criterios vertidos en su desarrollo.
En primer lugar, creo conveniente insistir en que el simbolismo zodiacal merece una preocupación mayor, que la posible de observar en los actuales planes docentes de las logias y del gobierno superior de la Orden. En cuanto exista una recurrencia mayor del estudio de este símbolo, sin duda, permitirá una perspectiva más amplia en las concepciones individuales, respecto de los orígenes de la F M , en relación a sus objetivos, así como una comprensión mayor respecto de las visiones del pensamiento que emergen frente a la crisis de la modernidad.
Considero, frente a lo expuesto en el desarrollo de este trabajo, que la lectura del simbolismo que nos plantean las doce columnas, adornadas por los doce signos, nos propone que la Gran Obra es imposible de sostener sin una profundización en la búsqueda de respuestas frente al enigma de la vida, de tal modo que, de manera esencial, el Zodiaco simboliza la búsqueda del hombre – su esfuerzo cognoscente -, la búsqueda tras las claves de la vida, del Universo y del hombre mismo, por lo cual, se hace necesario su estudio desde el momento mismo en que la impronta del «Buscar y encontraréis» determina la conducta del Iniciado.
Pero, también es importante tener presente que los signos zodiacales y las columnas, así como todos los símbolos que ornamentan el Templo, son una creación humana. La bóveda de la logia, que representa lo infinito, lo inconmensurable, descansa en las columnas. Ello nos dice que cualquier visión que tengamos del Universo, descansa en nuestros conceptos, en nuestras limitaciones, en nuestras fortalezas y debilidades. Por lo demás, no debemos olvidar que los conceptos de finitud e infinitud, han sido creados también por el hombre, en su propósito de interpretar la integridad cósmica.
Otra idea expuesta es que, los signos zodiacales en el templo masónico, nos hacen notar que hay un conocimiento que está simbolizado de modo coherente, en consecuencia, con una percepción humanista del Cosmos. Este conocimiento implica una cosmovisión, una forma de ver la realidad, de ver el Universo centrado en el Hombre. Desde sus orígenes auténticos, la astrología es una manifestación del pensamiento humanista, porque su preocupación esencial es el Hombre, al dedicarse al estudio del eventual influjo de ciertos astros en las personas.
Obviamente, también es una forma de conocimiento, una forma de desarrollo de las perspectivas cognitivas, que permite tener una comprensión del individuo, respecto de su rol en la vida y en la realidad.Esa forma de ver el Universo implica un reconocimiento, una valoración, una comprobación de la relación entre el Hombre y el Universo, que debemos entender de manera holística, en toda su complejidad.
El conocimiento zodiacal se asocia con la filosofía, desde un punto de vista metafísico; se asocia con la ciencia, desde un punto de vista metodológico; con la religión, desde un punto de vista paradigmático. Pero, por sobre todo, se asocia con el complejo esfuerzo de tratar de entender el Universo y la Naturaleza, desde su particular método interpretativo de los fenómenos que pueden determinar la vida del hombre.
Cuando observemos, entonces, los doce signos en las doce columnas, sosteniendo la cadena de unión, y sobre el friso, la bóveda celestial que se abre hacia la inmensidad cósmica, démonos el tiempo para pensar que la Gran Obra es inconmensurable en su proporciones y alcances, y que nos falta mucho que aprender de ella, por lo cual, nuestras concepciones y convicciones mas arraigadas, solo son un minúsculo esfuerzo por tratar de comprender el Universo.
Démonos, pues, tiempo para indagar, con libertad, libre de prejuicios, en torno a lo que la sabiduría de los masones o los sabios de otros tiempos nos dejaron como herencia, porque solo en verdadera conciliación con el pasado, podemos darle un sentido real a lo nuevo, y a nuestra marcha entre columnas, bajo las constelaciones del firmamento.
FUENTE: https://www.masoneriadelmundo.com/p/el-simbolismo-zodiacal-en-el-templo.html
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