Jonathan Turley

«Una nueva y valiente pesadilla». Esas palabras del exsecretario de Trabajo, Robert Reich, describieron la amenaza creada por el intento de Elon Musk de restaurar los valores de la libertad de expresión mediante la compra de Twitter.
Sin embargo, a pesar de las advertencias de que la censura es necesaria “para que la democracia sobreviva”, ni el CEO y multimillonario de Tesla ni los ciudadanos comunes parecen estar lo suficientemente aterrorizados por la libertad de expresión. Twitter confirmó el lunes que Musk adquirirá la empresa en un acuerdo por valor de 44.000 millones de dólares. Una vez que se complete el trato, Twitter se convertirá en una empresa privada.
Mientras tanto, los progresistas han adoptado un cambio peligroso en su estrategia de pedir a las corporaciones que censuren el discurso.
La semana pasada, el expresidente Barack Obama dejó claro este cambio en su muy cubierto discurso en la Universidad de Stanford. Apenas unos días después de que Musk reforzara su apuesta por Twitter con el apoyo de muchos en la comunidad de la libertad de expresión, Obama advirtió que las redes sociales «nos estaban inclinando en la dirección equivocada». Pidió una mayor censura de la desinformación y se llamó a sí mismo «bastante cercano a un absolutista de la Primera Enmienda».
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