Autor: Harold Londoño
Aquel que pretenda escuchar y comprender la Voz del Silencio, tiene que saber de la perfecta atención de la mente en asuntos de Índole interna; la palabra o el verbo sólo tiene cabida en el espacio vacío que conforma el silencio…
La primera etapa del aprendizaje masónico, está signada por el silencio, como medio hábil de lograr una atmósfera de trabajo adecuada y una herramienta eficaz para el desarrollo intelectual y cultivo de la mente. Los Hermanos Aprendices, dedicados a la talla y desbaste de la piedra bruta en silencio, son símbolo vivo y operante de quien trabaja en la construcción de su propia perfección, de quien busca alcanzar los más altos principios intelectuales, morales y sociales que modelen el carácter plenamente, puesto que esta actitud implica una buena cuota de fuerza de voluntad para contener la necesidad natural de polemizar y expresar nuestros pareceres. El silencio nos dará la paciencia necesaria para la resolución de problemas, y la posibilidad de elección de la palabra precisa cuando se nos habilite el uso del verbo; nos permitirá tener una respuesta adecuada, inteligente, fraterna, libre de egoísmos, de falacias y ofensas pero sí cargada de luz.
Por su funcionalidad, el silencio de los Aprendices debe verse desde la dualidad. Una primera acepción, como silencio para escucharse a sí mismo, pues los ruidos del mundo profano nos dispersan y nos apegan a lo superficial; sin que podamos lograr profundizar en los conocimientos ni en la observancia de la naturaleza. Aprendiendo a escuchar, los Aprendices aprenden a dar a las palabras el sentido profundo y correcto que una persona cultivada ha de tener; y cuando se adquiere la facultad del verbo, no parlotearemos, sino que se dirán palabras con profundo sentido.
Una segunda acepción: silencio para escuchar al otro; porque, al no participar, de los debates sobre las planchas buriladas y los
temas propuestos, los Hermanos Aprendices se centran en la escucha reflexiva. De este modo, las palabras no se perderán, sino que serán asimiladas, analizadas e incorporadas a nuestra “Tabla rasa”, como quien guarda en un baúl el conocimiento, que nos ha de dar luz y grandeza en nuestra alma: es el insumo necesario al crecimiento de nuestro intelecto y la virtud a nuestra persona.
Podría decirse que, mientras nuestros Hermanos hablan, los Hermanos Aprendices participan en el diálogo del taller por medio del silencio; pero no de un silencio por imposición, un silencio por ignorancia o un silencio por desinterés… Todo lo contrario: se trata de un silencio fértil que nos ayuda a desarrollar el conocimiento, el ser, la conciencia y, en cierta manera, también es un silencio activo porque toma nota, piensa y da fruto. Como vemos, el silencio se nos puede presentar dualmente entre un silencio pasivo y un silencio activo.
Históricamente, la Iniciación tiene como especial objetivo, disolver aspectos negativos para el crecimiento personal, superar los miedos, el egoísmo, la manera mundana de pensar y de actuar. En la comunidad filosófico-educativa que significó la Escuela Pitagórica (era una escuela Iniciática), sus discípulos, al iniciarse, sufrían de un rigor intenso y buscaba comprobar cuál era el grado, no sólo de interés del profano en pertenecer al grupo, sino, además, de qué manera había conseguido pulir su piedra bruta en el período de acondicionamiento al que había estado sometido. El candidato era llevado a una gruta donde había una mesa, una pizarra y una tiza. Llevaba consigo solamente un pedazo de pan y un recipiente con agua. Allí quedaba encerrado sin poder determinar el tiempo transcurrido ya que ni una hendidura le permitía comprobar si era de día o de noche. El lugar se mantenía, sin embargo, iluminado con una lámpara de aceite para que en silencio, pudiera pensar y descifrar cierta pregunta que le era dada por su preceptor. Un interrogante imposible de resolver, pero el candidato ignoraba tal imposibilidad: por ejemplo la cuadratura del círculo.
Al cabo de un tiempo se le sacaba de allí y era llevado a un hemiciclo donde estaban presentes todos los iniciados de la escuela pitagórica; entonces, se le pedía resolver el enigma y a cada respuesta equivocada el grupo se reía y se burlaba cruelmente de él por el error cometido; en determinado momento la persona
reaccionaba y si lo hacía agresivamente, profiriendo insultos y quejándose, era el mismo Pitágoras quien aparecía en escena, para decirle al quejoso que estaba en lo cierto, que esas no eran buenas personas y que era mejor que se alejara; allí mismo debía marcharse para siempre, sin posibilidad de reingreso ni pedido de perdón.
Se distinguían en tres grados, siendo el primero el acústico, así llamado para aprender a silenciar la mente, en el cual se imponía un período de noviciado de tres años, en donde se les admitía como oyentes, observando un silencio absoluto, como método de asimilación de conocimientos y adquisición de mesura, como instrumento para el desarrollo de la razón y meditación. Posiblemente sea este el origen del periodo de aprendizaje adoptado por los masones como método.
Desde el punto de vista masónico, los Términos Silencio y Secreto están íntimamente vinculados (como lo están los términos Ética y Moral), toda vez que en el lenguaje de la comunicación deben tenerse diversas acepciones de las palabras y términos para pensar y generar ideas, pensar y vivir en comunidad; la función del Secreto corresponde a la autonomía del Ser y fue así como muchos Masones fueron sembrando el ideario masónico en cada una de sus actividades y realizaciones. Y son algunos miembros de la Masonería quienes, como semillas dispersas por el viento, ponen el pensamiento masónico en cada lugar que les sea posible.
No cualquiera se puede hacer Masón; si bien hoy las exigencias son menores, no es suficiente con presentarse a las puertas de un edificio masónico y pedir la solicitud de ingreso. La Masonería no es un club social. Es necesario que un Maestro Masón lo presente y convertirse en su padrino. Desde que solicita ingresar, Tocando las Puertas, hasta que finalmente sea admitido, pueden transcurrir meses o años.
Los Ritos practicados en Silencio y en Secreto, son la Imagen de la Potencia de la que están dotados los Seres Humanos, para conocer la naturaleza de Sí mismos y del mundo que los rodea, para alcanzar la sabiduría. La Masonería NO es Ocultismo, ni Magia, ni Espiritismo: Es una Filosofía, un Estilo de Vida, una Forma de Ser y de Pensar, de estar en silencio, callados y analizar al ser humano y a la sociedad,
y descifrar todo aquello que la persona no ve; ese inconsciente colectivo del cual habla Karl Gustav Jung.
Retrotrayendo el tiempo a nuestra iniciación, es bueno recordar que La Ley del Silencio comienza cuando siendo profanos entramos en la Cámara de Reflexiones; desde que somos vendados y llevados allí, se nos enseña que sólo a través de la contemplación se puede acceder a las primeras verdades. Verdades que es necesario desentrañar poco a poco y a través del crecimiento interior; allí permanecemos solos, rodeados de símbolos, frases y palabras, y se nos estimula a penetrar en nuestro interior. Los Masones tienen que ejercitar primero su razonamiento para no dejarse avasallar por las emociones y los sentimientos; deben cultivar la Lógica y la Sensatez, para no arrepentirse de sus actos; por lo tanto, es necesario transformar el espíritu.
De igual forma, cuando prestamos juramento, adquirimos la obligación de callar, especialmente cuando se nos indica que no debemos revelar los secretos de la orden ni la palabra enseñada, al mundo profano. Allí, el silencio simboliza la discreción y la disciplina del Masón, así como su lealtad frente a sí mismo y sus hermanos: “los labios de la sabiduría están mudos fuera de los oídos de la comprensión”; por ello, el buen masón prefiere que le corten la garganta antes que romper su silencio.
El alcance de nuestra palabra, producto de nuestros pensamientos, resulta clave en la construcción del templo interior, a través del pulimento de la Piedra bruta. Lo mejor es callar si aún no sabemos cómo y cuándo hablar. Es mejor callar, hasta que aprendamos la importancia de utilizar la palabra de una forma consciente, mesurada y sabia. Es mejor callar y guardar silencio, cuando no estemos seguros de poder dominar la pasión como detonante de nuestros pensamientos; y así no avasallar, herir, dañar al otro y seguramente dañarnos a nosotros mismos. Es mejor callar y estar en silencio, cuando no estemos preparados para aceptar nuestra misión. Es mejor callar cuando se empieza a caminar por senderos desconocidos.
Aldo Lavagnini en su Manual del Aprendiz nos dice: «La disciplina del silencio es una de las enseñanzas fundamentales de la Masonería. Quien habla mucho, piensa poco, ligera y superficialmente.
Generalmente, su visión de las cosas será estrecha e inflexible; y por consiguiente, no tendrá elementos para valorar nuevas ideas u horizontes. Por eso, la Masonería busca que sus adeptos se hagan mejores pensadores que oradores.
Es muy importante recordar que, por más alto grado que se tenga dentro de la Institución, seguimos siendo eternos aprendices; por lo tanto tenemos que seguir siendo eternos silenciosos y eternos pensadores.
El Masón que es Discreto, no cuenta nada, es prudente y sabe guardar secretos; el Masón que sabe del Secreto, a nadie dirá lo que sabe y nadie se enterará de la información que posee, porque es información sensible, restringida y tiene un permiso de seguridad; tal es el caso de las Palabras, Signos y Toques secretos. Quien tiene Silencio, no habla aunque tenga pausas reflexivas.
Quien se ha hecho Masón y ha tenido en forma clara todo lo anterior, luego de su Iniciación ha sufrido una serie de transformaciones, debido a las vivencias atravesadas y ya nunca será el mismo, porque ya sabe pensar y guardar silencio cuando se debe…
FUENTE: https://masoneriaglobal.com/el-silencio-masonico/
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