Maximiliano F. Trujillo Lemes Profesor. Facultad de Filosofía e Historia. Universidad de La Habana.
La Iglesia católica es la más antigua de todas las instituciones existentes en Cuba, incluso antecedió al Estado «moderno». El proceso de colonización española en la Isla entronizó dos estructuras en el amargo camino de fundación de las primeras villas: una incipiente estructura estatal de tipo feudal, ya decadente, y al unísono, la Iglesia católica, que ejerció durante casi toda la colonia funciones públicas importantes, en tanto religión oficial, pero con la particularidad de que las dignidades de las parroquias y el obispado (hubo uno solo hasta 1788) eran designadas por los reyes españoles, mediante acuerdos alcanzados con Roma, conocidos como Patronato Regio.
Los monarcas peninsulares nunca estuvieron dispuestos a admitir una dualidad de poderes dentro de sus dominios en América. Había, por lo tanto, un párroco en cada villa o Consejo, y un obispo sufragáneo del Arzobispado de Santo Domingo, primero con sede en Baracoa y luego en Santiago de Cuba, con intermitencias y no pocos desafueros.
La Iglesia católica en esta Isla, por causas históricas bien delimitadas, no fue, como tendencia, propietaria de tierras, por lo menos a partir del siglo xix. Su fuente de sustento básico era la educación y progresivamente la propiedad inmobiliaria, con períodos extensos de manutención estatal, lo que en esas etapas convertía a una parte importante de su clerecía en individuos con estatus de vida próximo a la precariedad.1
Otro rasgo peculiar de la catolicidad cubana fue su escaso interés por tener medios de comunicación bajo su cuidado, aunque los hubo. Por ejemplo, la revista La Quincena, fundada en 1910 por los franciscanos y que en 1954 adquirió este nombre, en alusión a la frecuencia de su salida. Durante la República burguesa neocolonial, solo hacia los años 30 comenzó a ser costumbre el servirse de órganos privados, fundamentalmente de derecha y vinculados a intereses de la burguesía nacional. Por lo general, aunque accedieron a otros medios, ocuparon espacios en el Diario de la Marina y luego en programas de la radio y la TV, del circuito CMQ, que terminó en poder de los hermanos Mestre. Al decir de Juan Emilio Friguls: «La Iglesia nunca se preocupó por tener medios de comunicación propios en Cuba, no era una Iglesia con vocación pastoral».2
Al triunfar la Revolución, en enero de 1959, los católicos prácticamente no poseían medios de comunicación propios, de forma masiva solo se preocuparon por ello cuando quedaron sin acceso a los visibles luego de 1967. Fueron el Diario de la Marina y Bohemia los vehículos que emplearon para difundir su palabra durante 1959 y 1960. Con la autodisolución del primero en marzo de ese último año, y el paso de Bohemia y del sistema de radio y teledifusión a manos estatales, en el siguiente verano, la Iglesia quedó en cierta orfandad mediática. No obstante, el periódico El Mundo intentó cubrir el déficit, por lo menos hasta marzo de 1967, incluso en los peores años de la confrontación con el Estado entre finales de 1960 y 1962.
Uno de los pocos intentos de utilizar instrumentos propios durante los primeros años de la Revolución y garantizar así mayor libertad de expresión fue la hoja dominical Vida Cristiana, surgida el 20 de enero de 1963, en La Habana. Esta publicación, que en sus orígenes apenas era un boletín de circulación local y luego derivó en la única de su tipo con carácter nacional, es atribuida al Padre Donato Cavero (dominico), párroco de la Iglesia Mayor de Sancti Spiritus desde septiembre de 1962.
¿Por qué la jerarquía católica convirtió Vida Cristiana en su vocero oficial al comenzar el quinto año de la Revolución en el poder?
Varias razones pueden haber incidido. La primera de ellas guarda relación con el cierre, en marzo de 1961, de La Quincena, única publicación católica existente en el país, clausurada por la propia jerarquía luego de rechazar las posturas ideopolíticas de su director, el sacerdote vasco Ignacio Biaín, cuyo pensamiento se radicalizó a tono con la Revolución. Un segundo elemento, estrechamente relacionado al anterior, es el viraje contrarrevolucionario de la revista a partir de la salida de Biaín, lo que generó fuertes encontronazos con parte de sus lectores habituales, beneficiados con las medidas democráticas y populares adoptadas por el nuevo gobierno.
Vida Cristiana, por lo tanto, fue convertida en espacio para promocionar un discurso más acorde con los criterios de los obispos, casi siempre tendientes a fomentar la beligerancia con el Estado. No obstante, hacia finales de la década de los 60 y durante los 70 sus posturas fueron cambiando, tendieron más a aceptar la nueva situación del país, pues descubrieron que no variaría en lo fundamental en los próximos años.
Llegado el decenio de los 80, el escenario para la Iglesia católica era bien diferente. Enfrentaban la vida pastoral, social y política dentro de un país del llamado «socialismo real», con un gobierno que había ganado legitimidad entre las mayorías; no les quedaba otra opción que lidiar con ese «extraño» contexto, y procurar una mayor inserción en la sociedad, prácticamente perdida luego de que la alta y la mediana burguesía abandonaran el país.
Entre el 17 y el 23 de febrero de 1986 se celebró el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC), que pretendía oxigenar la institución, saldar deudas y establecer un nuevo sistema de vínculos y un clima de colaboración con el Estado y la sociedad cubana. Los participantes realizaron un análisis detallado de la evolución de la Iglesia católica en el país y reconocieron algunos «pecados menores» cometidos en sus relaciones con la Revolución, y establecieron un nuevo punto de partida para el período y el porvenir.
No se debe olvidar que durante los años de confrontación entre la Iglesia y el Estado funcionarios del gobierno utilizaron las acciones desestabilizadoras en las que estuvieron involucrados algunos católicos como justificación para aplicar políticas discriminatorias hacia los creyentes de cualquier denominación religiosa. Esa actitud estuvo vinculada, sobre todo a partir de los años 70, a la festinada idea de que formar una concepción científica y atea del mundo permitiría, por ósmosis, la formación del «hombre nuevo», condición causal óptima para el proceso de «construcción del socialismo».
Tales métodos se entronizaron en el país a partir de dos fuentes fundamentales: la ideología de los antiguos militantes del Partido Socialista Popular, educados en los principios del estalinismo y de la III Internacional Comunista, con puestos claves en la dirección de la Revolución en esos años; y, por otra parte, la creciente influencia de la Unión Soviética, vinculada al fracaso de la llamada Zafra de los diez millones, el consiguiente colapso económico de la nación y la necesidad impostergable de formar parte de los mecanismos de integración económica del campo socialista. Como resultado, se incrementó la dependencia ideológica, cultural y económica a esa nación hegemónica del llamado Bloque del Este. Todo ello conspiró para que el ateísmo se fuese convirtiendo en política de Estado y fuente de exclusión, o de simulación, de individuos con cosmovisiones distintas a la propugnada por el marxismo-leninismo, lo cual atentó contra la unidad nacional y generó una falsa unanimidad. Tales condiciones hacían muy difícil el diálogo entre las religiones, el Estado y la sociedad.
No obstante, en el ENEC, la jerarquía católica coincidió en que después de las primeras confrontaciones (años 60 y 61), y gracias a diversos factores, «ha habido una lenta y progresiva distensión en las relaciones Iglesia-Estado».4 Dicha Iglesia pasó de aceptar el carácter socialista de la Revolución a «una coincidencia en los objetivos fundamentales en el campo de la promoción social […] Por su parte, el Gobierno Revolucionario [daba] signos de reconocer el valor y vigencia de la Iglesia».
De esta manera, y a pesar de lo complejo de la situación, los prelados católicos reconocían la labor de la Oficina de Atención para los Asuntos Religiosos (OAAR), adscrita al Comité Central del Partido Comunista de Cuba, encargada de las relaciones oficiales con las organizaciones de los creyentes.6 Es justo destacar que desde años antes de constituir esta dependencia, el Comité Central prestó atención a sus relaciones con el mundo religioso. Lo hacía desde el Departamento de Ciencia, Cultura y Centros Docentes, que dirigió el doctor José Felipe Carneado hasta su muerte en 1993. La Oficina, a partir de los 90, ya en un nuevo contexto, redobló esfuerzos para acercarse a instituciones y grupos con esas prácticas y vocaciones, tanto nacionales como extranjeros.
De 1990 en adelante, se transformaron el mapa social y algunas perspectivas ideológicas y culturales en el país, en ello incidió la desaparición del bloque soviético, principal aliado del gobierno cubano y su sostén económico. La nación comenzó a vivir lo que eufemísticamente las autoridades definieron como Período especial y que ha sido una de las más cruentas y extensas crisis económicas de toda la historia cubana. A partir de 1993, las muestras de deterioro en todos los órdenes de la vida eran notorias; las circunstancias habían cambiado de manera significativa en relación con 1986. La legitimidad del discurso del gobierno revolucionario se había deteriorado, y ocurría un éxodo masivo, ilegal y desordenado, de ciudadanos cubanos, hacia los Estados Unidos sobre todo, estimulado por las leyes que en aquel país amparan a los emigrados de la Isla.
La Iglesia cambió entonces parte de sus juicios emitidos en el ENEC y entró al ruedo político con fuerza y perspectiva desconocidas desde principios de los 60; además, empezó a rearmarse simbólicamente ayudada por el avivamiento religioso que la crisis provocaba, y ganó numerosos feligreses, devotos o indirectos, como nunca en su historia después de enero de 1959.
El 8 de septiembre de 1993 —exactamente el día en que se celebra la advocación mariana en la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba—, los obispos publican «El amor todo lo espera», un documento que provocó grandes revuelos en la prensa nacional, como no ocurría desde los ya lejanos años 60. El texto constituyó fuente de escarnio del gobierno en relación con la Iglesia y se desaprovechó una gran oportunidad de mirar de conjunto, desde la política, el destino de la nación, han afirmado intelectuales reconocidos, como Cintio Vitier.No obstante, durante los años siguientes hubo una mejoría progresiva de las relaciones IglesiaEstado, vinculada también al cambio constitucional de 1992, que demovió legalmente la raigambre atea de la institucionalidad política y estatal, e inició el tránsito al actual estatus laico. El proceso ha sido complejo y lento, en tanto ha tenido que enfrentar escollos más significativos que los legislativos; es decir, los prejuicios de los polos en conflicto.
El cambio de circunstancias facilitó hacia finales de los 90 la discusión y aprobación conjunta del programa que garantizó la acogida en Cuba de Karol W. Wojtyla (Papa Juan Pablo II), en el mes de enero de 1998, momento significativo en el redimensionamiento político de las relaciones entre ambas instituciones y hecho que transformó la situación del ejercicio pastoral, no solo de la Iglesia católica, sino de otras muchas comunidades religiosas en el país, y por supuesto, su labor «social, cultural y axiológica». La visita papal permitió, además, la multiplicación de publicaciones periódicas e instituciones dedicadas a divulgar el quehacer católico en el territorio nacional.
Si bien algunos sectores dentro de la Iglesia se quejan de no tener acceso a los medios de comunicación, otros reconocen que a partir de esa época se produjo «el incremento, en cantidad y calidad, de las publicaciones católicas [lo que] ha permitido una mayor difusión de la voz de la Iglesia en los más variados aspectos del saber humano, y estas posiciones ya se conocen y discuten a distintos niveles».
Los voceros del catolicismo suelen afirmar que su misión en la sociedad es profética y no política, y por ello es mal interpretada; pero es sabido que ninguna actitud humana —ni siquiera las eclesiales— escapa a la madeja e intencionalidades políticas que implica la vida en sociedad. Por ello, en diversos momentos de la historia del catolicismo en Cuba ha habido acciones en el orden estrictamente político, cuya intención se delata en expresiones como estas: «Quizás sea el tiempo de revivir el espíritu participativo del ENEC, y hacer que nuestras comunidades, en un proceso nacional, vibren al analizar nuestra realidad. Así, entre todos, trazaríamos las sendas que como Iglesia debemos transitar en el futuro».9 Palabras similares han sido dichas y escritas en la Isla en más de una ocasión durante los últimos años por laicos, sacerdotes u obispos.
Es evidente que la Iglesia católica cubana participa en los debates políticos que estremecen a la Isla, y propone soluciones que a menudo llegan mucho después, como parte de políticas gubernamentales. Soluciones ya pensadas por millones de cubanos que siguen apostando por una Cuba donde quepamos todos, con bienestar y armonía.
En los últimos meses ha salido a la luz pública un proyecto para modificar el estado actual de la nación; participan ciudadanos cubanos de los más diversos orígenes, posturas políticas y lugares de residencia. Ha recibido el sugestivo nombre de Casa Cuba. Sobre esa denominación de indiscutible intencionalidad política, Lenier González, editor de Espacio Laical, señalaba:
Creo firmemente que la construcción de la Casa Cuba —esa bella metáfora dibujada mil veces por la prosa del padre Carlos Manuel de Céspedes— es y será siempre el umbral político más equilibrado hacia donde tenemos la responsabilidad de enrumbar nuestros pasos los cubanos. Sin interferencias foráneas.
Muchos ejemplos podrían citarse de la participación política de la Iglesia católica en la compleja realidad cubana pasada y contemporánea; sin embargo, quiero detenerme en cómo actúa en uno de sus órganos de prensa más significativos: Palabra Nueva, publicación oficial de la Arquidiócesis de La Habana, quizás el centro neurálgico del catolicismo en el país, y una de las pioneras en la nueva hornada de medios de comunicación masiva de esta institución religiosa.
TOMADO DE: https://temas.cult.cu/wp-content/uploads/2022/05/55-62-trujillo.pdf
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