Durante más de un siglo, más concretamente desde la segunda mitad del siglo XVI hasta la segunda del siglo XVII, cuatro monarcas suecos crearon sucesivamente distintas órdenes de caballería que, en su esencia, no merecen en realidad este calificativo. Cada uno de ellos, empezando por el rey Erik XIV hasta llegar al rey Carlos XI, crearon lo que se tiene por una orden de caballería para poner de relieve su confianza en Dios (o en Jehová, para los protestantes) y acuñar en ésta su lema personal. En consecuencia, los sucesivos orfebres de la corte tuvieron que diseñar y crear para ellos varios collares cuyas piezas en oro, en su mayoría esmaltadas y engastadas con piedras preciosas, representaran ese espíritu caballeresco tan en boga por aquella época y que pretendían rivalizar con las más prestigiosas de Europa, como la orden inglesa de La Jarretera, la orden francesa de San-Miguel y la orden burgunda del Toisón de Oro. Sin embargo, cada una de ellas no sobrevivieron a sus creadores al no establecerse estatutos concretos a la hora de fundarlas y al ser de uso restringido: en exclusiva para el monarca y los miembros de la familia real del momento. Al no concederse dicha distinción a ningún noble soldado que pusieran su espada al servicio de la Corona ni establecer estatutos fundacionales que abrieran la orden a otros caballeros, dichas condecoraciones se quedaron en eso: en una simple baratija lucida en las grandes ocasiones.
-Erik XIV creó la Orden del Salvador en 1560, con el lema «Deus dat cui vult».

Ninguna de estas órdenes sobreviviría a sus creadores pero, entre ellas, la fugaz Orden del Amaranto, fundada por la reina Cristina en 1653 y reservada a un restringido grupo de caballeros y damiselas solteras (única exigencia para ser aceptado y condecorado) que conformaban el círculo de amistades de la soberana, y cuya creación se debió a una fiesta de disfraces en la que las mujeres iban disfrazadas de pastoras con ropas de color amaranto, fue objeto de una «resurrección» casi cien años después (1760) de la mano del rey Gustavo III. Fue él quien estipuló entonces que dicha orden fuera exclusivamente reservada a las damas de la corte.


Hubo que esperar hasta el reinado del germano Federico I, para que Suecia tuviera por fin unas órdenes de caballería debidamente fundadas y dotadas de estatutos para que sobrevivieran y se convirtieran en el objeto de deseo de los servidores de la Corona. De este modo, y en un solo año (1748), Federico I fundó tres órdenes: la de los Serafines -la más importante-, de la Estrella Polar y de la Espada. Treinta años después, Gustavo III instituía la Orden de Vasa (1778) con la famosa gavilla, símbolo heráldico de la vieja dinastía sueca.
Publicado por Arnau
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