MASONERIA

“EL CONCEPTO DE IGUALDAD EN EL SIGLO XXI”

Omar Edgardo Rojas Brito, 3° R∴ L∴ José Francisco Vergara N°105, valle de Viña del Mar

“Nuestra apariencia de igualdad, puede ocultar la más grande y la más triste desigualdad que jamás haya existido”. (Alphonse Karr)

Igualdad es una de las tres palabras que forman el lema masónico. Se ha indicado que es necesario entenderla como la “ausencia completa de privilegio, de toda distinción de castas y de clases, colocando a todos los hombres en una misma categoría, bajo el amparo de los derechos y de los bienes”. Pero su sentido y conceptualización más exacta, se expresa en la ciencia, en cuyos enunciados, la igualdad aparece como relación que existe entre dos cantidades de las que una no excede a la otra; pero en las ciencias sociales y políticas, aunque se emplea con frecuencia, encontramos que este concepto, más que palabra no ha sido rigurosamente definido y vemos que se puede pensar en una evolución del mismo.

Etimológicamente, la acepción “igualdad” proviene del latín “aequalis” es decir “de igual”. Y “aequalitatem” es asociado a igualdad. Pero qué cosa es o significa aquel término: en castellano “igualdad”, en francés “égalité” y en inglés “equality”.

Este concepto valórico de la civilización ha tenido un largo derrotero en la trayectoria evolutiva del ser humano hasta llegar a nuestra sociedad moderna. Luego de cruentas guerras a lo largo de su historia,

la Humanidad ha determinado la existencia de la denominada “igualdad social” que es una condición social, según la cual, las personas tienen las mismas oportunidades o derechos en algún aspecto.

Existen diferentes formas de entender la igualdad , dependiendo de las personas, de la situación social particular y del momento histórico. Por ejemplo, la igualdad entre personas de diferente sexo, igualdad entre personas de distintas razas, igualdad entre personas migrantes, discriminadas respecto de las oportunidades de empleo, o la igualdad de diferentes razas y de acceso a la educación.

La igualdad es por consiguiente un concepto sustantivo a la naturaleza humana; se puntualiza, en esencia, como la “Igualdad de los hombres ante el Derecho y la Justicia y se identifica como uno de los principios fundamentales de la Masonería. Nos referimos así a la igualdad de derechos y obligaciones de los individuos y grupos humanos sin distinción de religión, raza, sexo o nacionalidad. Alude a que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y en derechos.

Nuestra Orden busca el conocimiento de la verdad; considera a la justicia como el valor supremo que regula nuestra conducta y a la libertad e igualdad como derechos consubstanciales del ser humano; esto se refleja en algunos ejemplos durante el ingreso a nuestra Institución:

Cuando se previene al Profano “que nosotros no reconocemos jerarquías sociales ni de fortuna”, que “la Igualdad debe reinar entre los Hombres en la medida que alcancen mayor desarrollo” y que “la igualdad debe ser la característica del Aprendiz que aspira a elevarse interiormente hasta su más alto Ideal”.

Pero, si vamos más allá de nuestras prácticas y enseñanzas, la historia nos ha mostrado, desde antes de la Edad Media, cómo la Igualdad se consideró un vector moral a discutir en las primeras aulas y posteriormente con mayor fuerza, en las universidades, Desde el momento en que estas Instituciones fueron inauguradas, escritores, poetas, y filósofos dedicaron sus estudios para propagar la Igualdad, educando a la sociedad y protestando contra la aristocracia cortesana de los reyes de Europa. Luego, la corriente del Iluminismo se concentró en operar como una bandera de denuncia frente a la opresión de la nobleza monárquica en países europeos, destacando muchos trabajos que elevaban y destacaban el valor del Liberalismo.

En su momento, el filósofo Rousseau expuso que la ausencia de lucha por la calidad de vida en la sociedad europea, no estaba eclipsada solamente por la exaltación de la Libertad como valor máximo, sino también por valorar intensamente el principio de Igualdad. Desde luego, resulta evidente que en la Edad Contemporánea, se inauguró el sistema laboral con empleados con contratos de trabajo formales.

No obstante, en nuestros días de Post Modernidad, la Sociedad Humana coexiste con la estrategia de la Globalización, que dice apreciar la “libertad–igualdad” de las poblaciones en la Tierra. Pero, oculta las contradicciones mundiales: algunos países ricos del hemisferio norte, por ejemplo, queman alimentos para que no baje su precio en el mercado internacional. El

hombre ha conocido sólo tres métodos de producción: el esclavismo, el vasallaje feudal servil y el trabajo proletario industrial. En ninguno de ellos está presente la igualdad material. Justo en la tercera fase evolutiva humana, encontramos una frágil concepción de igualdad formal delante de la norma jurídica del Estado.

Partiendo de este hecho, todos los hombres civilizados de los cinco continentes, han aplaudido la llegada de la Sociedad de la Información con su nueva tecnología telemática que se dirige a todos los pueblos del planeta. La han adoptado las empresas a través de redes de comunicación electrónica. Se creía que la Edad Digital iba aportar Igualdad entre las personas, pero quedó pendiente la segregación del más pobre.

En una perspectiva actual y en términos críticos, me he basado en las ideas del historiador e intelectual francés Pierre Rosanvallon, quien propone que debemos aceptar que, hasta ahora, la igualdad se ha pensado remitiéndola a la idea de justicia y también identificándola con el igualitarismo, como sucedió en el siglo XIX. De lo que se trata hoy, es de vivir como iguales, reconociendo la singularidad de cada cual. La experiencia de las utopías igualitarias, que acabaron en el totalitarismo. Esta tendencia, hizo que incluso la izquierda prefiriese hablar de equidad y no de igualdad. A mi juicio, hay que hablar de igualdad, pero entendiéndola como relación social y no como distribución igualitaria. En consecuencia más allá de preferir hablar de equidad, se ha hecho necesario circunscribir la igualdad a la igualdad de oportunidades. Pero ocurre que esto se convierte en una forma de legitimar la desigualdad. Si se alcanzara una igualdad de oportunidades perfecta, entonces las desigualdades serían naturales y, por tanto, habría que resignarse a aceptarlas. Dada la infinita variedad de talentos y habilidades de los individuos, la sociedad sería inhabitable.

En una concepción global y generalizada, es posible afirmar que son necesarias las políticas que fomenten la igualdad

de oportunidades: pensemos en la salud o en la educación, pero la igualdad de oportunidades no necesariamente debiera convertirse en una filosofía. Dicho de otra forma, las políticas públicas deben, en definitiva, corregir el desequilibrio que hoy en día observamos entre ciudadanía política y ciudadanía social.

Al desaparecer el horizonte del igualitarismo tras el fracaso del socialismo de la colectivización, sólo sobrevivió la idea de la igualdad de oportunidades y se persiguió durante muchos años el llamado estado de bienestar. Esta concepción sería accesible, siempre y cuando podamos entenderla como solidaridad y redistribución. Pero este concepto sólo resulta viable cuando los fundamentos morales y filosóficos de la nación, se cumplan. Tomemos conciencia que hoy en día atravesamos por una crisis económica en la que, la solidaridad resulta imprescindible, a menos que se quiera afrontar grandes catástrofes.

Luego concluiremos que el gran problema de la desigual de la sociedad moderna, radica en el hecho de qué es una sociedad de individuos. Pero esos individuos deben formar una sociedad todos juntos. Los individuos quieren tener éxito en su vida individual, quieren ser reconocidos por lo que son, por lo que hay de específico en ellos. Pero esto implica saber construir el Orden social con esas singularidades y ofrecer un marco común. Y podemos darnos cuenta de que, precisamente, es ese marco común el que nos está faltando. Por consiguiente, esa demanda de singularidad sólo se expresa mediante un individualismo galopante. Este problema del individuo está en el corazón de la llamada modernidad. Desde la Independencia Norteamericana y la Revolución Francesa, a finales del siglo XIX, ya estamos en una sociedad de individuos. El desarrollo del capitalismo creó el fenómeno de la clase obrera y del partido de clase. Era entonces una sociedad de individuos que recompuso las formas de solidez colectiva. Hoy esas formas ya no existen, porque lo que acerca a la gente no es el mero hecho de que las personas compartan una condición, sino también el hecho de que comparten trayectorias, situaciones. Se requiere hoy otra forma de recomponer el lazo social.

Si tratamos de re-entender la noción de igualdad, será preciso abordarla no como una redistribución de las riquezas sino como una relación social en sí. Entonces comprenderemos, desde luego, que necesitamos que en la sociedad haya redistribución y también solidaridad, pero para esto es preciso que antes tengamos el sentimiento de que pertenecemos a un mundo común. Hoy, lo que falta a nuestras sociedades es precisamente la posibilidad de rehacer el lazo social con un enfoque solidario de igualdad.

El filósofo inglés de origen escocés, John Stuart Mill, proponía como ejemplo la relación entre hombres y mujeres. Mill decía: “la igualdad entre el hombre y la mujer no consiste en que sean los mismos o en que se parezcan; la igualdad consiste en que vivan como iguales”. El problema de nuestras sociedades es ése: no vivimos como iguales porque hay gente que vive en sus barrios cerrados, en sus mansiones rodeadas de alambres de púa mientras otros viven en la pobreza. No vivimos como iguales porque cada vez hay menos espacios públicos, y porque se multiplican. Un ejemplo lo constituye Estados Unidos, con sus suburbios, donde personas que tienen las mismas opiniones, la misma religión, el mismo nivel de vida viven entre ellos. Hemos entrado entonces en sociedades que están encerradas en sí mismas y no en sociedades donde hay un mundo común. La igualdad es antes que nada eso: consiste en hacer un mundo común. Pero ese

mundo común no se puede construir si las diferencias económicas entre los individuos son demasiado importantes, no se puede hacer un mundo común si no hay respeto por las diferencias y si todos no jugamos con las mismas reglas. Por eso intenté construir esa idea de la igualdad redefinida como una relación social en torno de tres principios: singularidad (reconocimiento de las diferencias), reciprocidad (que cada uno juegue con las mismas reglas de juego) y comunidad (la construcción de espacios comunes).

Si ubicamos el concepto de la igualdad en el centro de nuestra reflexión intelectual es para evitar únicamente la visión del progreso a partir de la igualdad de oportunidades. Está claro que la igualdad de oportunidades no necesariamente existe entre nosotros ni fuera de nosotros, La ideología del mérito, de la virtud, de la igualdad de oportunidades, no puede servir para reconstruir sociedades.

Hoy nos encontramos ante el límite del ideal meritocrático, el límite de las teorías de la justicia, del límite de las políticas sobre la igualdad de las oportunidades. Incluso si esas teorías deben intervenir porque tienen su campo de validez. Con todo, no vemos con claridad quien o quienes orientan el sentido y el desarrollo armónico de las sociedades.

Si retomamos las utopías escritas en los siglos XVIII y XIX, toda la visión de la igualdad está fundada sobre la idea de una homogeneidad, o sea, todo el mundo tiene que parecerse. Para esos utopistas, la idea comunista, en el sentido comunitario que plasma la igualdad, era una idea fundada sobre el hecho de que todo el mundo se parecía, y que todos trabajaban en un mismo marco de asignaciones. Fue lo que se llamó en una época una suerte de igualdad de cuartel o la igualdad de la uniformidad. Esa visión correspondió a una edad de la humanidad, pero, ¿ quién querría hoy una igualdad de uniformidad para todos o una igualdad que vendría a negar las diferencias entre los individuos? Esa utopía no quería las diferencias entre los individuos, querían que todo el mundo viviera al mismo ritmo. Creo que la emancipación humana pasa hoy por la idea que cada persona sea reconocida por lo que tiene de específico. Por consiguiente, la igualdad no puede ser más la uniformidad.

Cerrando estas ideas, el ciudadano común ha de reencantarse con la idea de compartir en forma solidaria tratando de entender que somos seres iguales en esencia. Debido a que la Igualdad sigue siendo un tema de intensa discusión filosófica y política en todos los países, hay un grado significativo de protección a sus valores en la mayoría de las naciones desarrolladas de nuestro tiempo. Esos países abastados según la conveniencia, en nombre de este valor hacen la guerra, matan a otros seres humanos e invaden territorios extranjeros. La Igualdad queda solamente entre los ciudadanos iguales, del mismo nivel económico y social.

Dejando al margen otras posiciones dogmáticas, pienso que la Igualdad puede ser un valor apenas posible en los ambientes donde prevalece la dignidad, el cultivo de sentimientos nobles y la tolerancia.

Estos distintos planteamientos llevan a pensar que la Igualdad es una palabra que usan individuos en un permanente juego de máscaras para ocultar sus sentimientos e intereses reales. La Igualdad es una virtud que se practica entre los hombres que poseen una voluntad educada, que saben contenerse, que buscan la paciencia y el equilibrio en la vida social profana.

Así pues, tras esta caracterización, creo que la Igualdad no puede convertirse en un dogma misterioso, porque así repetire-

mos los errores cometidos en la Historia. Un ser humano sólo se reconoce igual al otro, descubriéndose, evaluándose en sus virtudes personales, así como en sus defectos y sus cualidades.

Nuestra Orden, por medio de su constante labor docente, ha hecho esfuerzos porque sea efectiva la promoción del ideal igualitario y ha logrado en medida importante, nivelar las sociedades, las cuales, hoy igual que ayer, mantienen en su seno clases privilegiadas, que disfrutan, y clases subyugadas, que intentan acceder al bienestar. ¡Aún queda tanto por hacer, en el sentido que, se nivelen las prácticas y legislaciones de los pueblos!.

De acuerdo con lo que se ha venido exponiendo, se observa que la Igualdad, declarada como valor fundamental por la Doctrina Masónica Universal puede materializarse como un ideal a ser cimentado día tras día. La vivencia cotidiana alimenta a nuestros espíritus en los más altos principios de la Arte Real.

La indumentaria en las ceremonias, la preparación mental para la reunión de la Logia, el uniforme que iguala y establece un padrón para todos, la profunda solemnidad de la ritualística entre los grupos de hermanos en Logia, nos elevan a un estado superior, donde volvemos a vivir las tradiciones más antiguas de esta Sublime Orden. En el Templo, recinto protegido de la Logia, sentimos y buscamos la renovación constante de la práctica de la cordialidad, el diálogo franco y abierto con nuestros semejantes, a quienes llamamos “Hermanos”. Esta práctica cotidiana moldea las formas de conducta, pues educa los sentimientos, cada vez que los queridos hermanos se compenetran en las imágenes simbólicas colectivas de la Honorable Institución.

Queda, pues, claro que en el cotidiano de la ritualística, el principio de la Igualdad encuentra una resonancia magnífica. Nuestras energías se orientan en un sentido durante los trabajos rituales. Las enseñanzas de los Maestros Instalados que nos motivan al estudio disciplinado y productivo. Todo esto nos transporta a un mundo metafísico y soberano, regido por espíritus superiores y principios fundamentales como la Igualdad.

En tal punto del debate parece evidente preguntar: ¿Quiénes somos nosotros en la vida profana? ¿Vivimos nuestra

vida fuera del Templo con comprensión y felicidad?¿Poseemos la tenacidad para existir de manera inteligente y sin ánimo predador del Otro? ¿Cultivamos el amor a la moderación en la lucha por la vida con cordialidad?

Desde esta perspectiva, habremos de concluir que tenemos que ejercitar la Igualdad como una relación social en la vida cotidiana, tratando a todos como iguales, ya que es necesario transferir estas virtudes masónicas hacia el mundo profano: es la tarea que cada Hermano debe practicar. Incumbe a nosotros estar dispuestos a esforzarnos en nombre de la Igualdad. Es preciso que seamos útiles para la Humanidad en todo tiempo. La Igualdad en la sociedad profana, reclama de nosotros el sentimiento del deber cumplido. Para el masón, la voluntad fuerte debe centrarse en hacer el bien, sentirse igual al otro y tener un pensamiento ennoblecido. Jean Paul Sartre en la filosofía del Existencialismo ha enseñado que la trascendencia es para aquel humano que sepa soportar el sufrimiento y la responsabilidad de existir en este planeta-escuela. La existencia en sociedad, sea la cotidiana o profana, requiere tolerar las adversidades sin vacilar. Nos corresponde luchar por la Igualdad como un valor extraordinario de la Civilización, buscando el esclarecimiento de

nosotros mismos para contribuir así, a un mundo mejor.

La Francmasonería reconoce que todos los hombres han nacido iguales y, por tanto, cree que no debe existir ninguna diferencia entre el que manda y el que obedece, entre el que produce y el que consume, entre el que paga y el que cobra; uno y otro son formados por el mismo principio creador y por la misma materia Todos somos viajeros que partimos del mismo punto para llegar al mismo objetivo, aunque por distintos caminos. Seamos capaces de respetar la posición, y las creencias de todos los hombres; prescindiendo de su raza y nacionalidad, recordemos el cariñoso título de hermanos bajo un concepto de igualdad. El esfuerzo reconocido por los hermanos, el talento, la sabiduría, la virtud y el trabajo, son las únicas distinciones que se han de admitir voluntariamente.

Cuidemos entonces un real equilibrio social, sin despojar a los unos en beneficio de los otros, pero preocupándonos por el bienestar de todos y reconociendo que el hombre no puede ser venturoso, si no tiene la seguridad de encontrar en su trabajo diario el sustento material y espiritual cotidiano para él y su familia. El Hombre debe tener plena conciencia y posesión de todos los derechos que son inherentes e igualitarios a todo Ser Humano.

FUENTE: https://issuu.com/granlogiadechile/docs/revista_maso_nica_3-4_invierno_2020/s/10744032

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