MASONERIA

EL SIMBOLISMO EN LA INSTRUCCIÓN MASÓNICA

Juan Sánchez Joya ,14º

Reza uno de los lemas básicos de la Masonería que la misión de nuestra Augusta Orden es hacer de hombres buenos, hombres mejores. Esta transformación ha de ir de la mano de una instrucción del iniciado.

La instrucción ayuda al caminante para que pueda recorrer su camino sin error. Tal aseveración implica que no sería suficiente con administrar una enseñanza teórica, que representaría tan sólo una suerte de exposición, tan exhaustiva y pormenorizada como se quiera, del mapa, tal como si a un aspirante a escalar una altísima montaña se le facilitara un dibujo sobre el que se resaltara una línea señalando la vía de ascenso, cuando no sabe nada de la técnica de escalada ni de cómo sortear y vencer el sinfín de dificultades, contratiempos y peligros con los que se encontrará.

Por tanto, el aprendizaje del masón que avanza por el camino de la iniciación, debe contar con un sistema mucho más complejo. Para empezar ha de transformarse en un caminante idóneo, diríamos en un escalador. Su condición profana no le permitiría sobrevivir a la escalada. Ha de abandonar todas las cosas inútiles para su nuevo propósito, por más que las haya utilizado en la vida profana y parezcan formar parte de su propia naturaleza. En la montaña no serán útiles ni el pasaporte, ni su automóvil, ni el dinero, ni su elegante traje, ni esos kilos de grasa acumulados en su vientre. Por igual motivo, deberá renovar su sistema de creencias, sus hábitos y la agudeza de sus sentidos.

Acostumbrado como está a caminar por terrenos más o menos llanos, deberá ahora asumir que el camino es, sobre todo, vertical, lo que supone todo un cambio de perspectiva. Su aparato sensorial deberá afinarse en otras armonías que no está acostumbrado a escuchar. Sus sentidos, habitualmente embotados por sobreestímulos embotadores, habrán de limpiarse si quiere percibir las sutiles señales de un universo nuevo. Comprenderá la importancia del silencio para ser capaz de escuchar sonidos puros y de muy bajo volumen, notas musicales que fueron pautadas sólo para los buscadores.

Será precisa una limpieza de imágenes superfluas para ser consciente de la tiniebla y atisbar el más mínimo destello de la luz que viene, como cabo del hilo de Ariadna. Todo sobrepeso es inútil. En la vida profana, el miedo nos hace inerciales y exageradamente previsores en muchos aspectos, hasta llevarnos a la inmovilidad. La prudencia no tiene por qué convertirse en una obsesiva acumulación de talismanes, en una inacabable repetición supersticiosa de comportamientos evitativos. Una máxima del buen viajero es analizar periódicamente su equipaje y determinar qué cosas suele transportar sin que jamás haya utilizado y cuáles ha utilizado poco. De las primeras debe desprenderse sin tardanza, y de las otras, si decide conservarlas, deberá colocarlas en los fondos de su mochila, donde menos molesten para el acceso a lo verdadera y frecuentemente necesario.

No debe faltar una toma de conciencia de determinados elementos de su naturaleza que, normalmente ignorados, van a suponer ahora un rico arsenal de recursos que harán innecesaria gran parte de los medios con los que está acostumbrado a contar.

A partir de esta capacitación, tan propia de los primeros pasos en el aprendizaje masónico, el iniciado encontrará tres fuentes principales para su instrucción: el ejemplo de sus hermanos, el estudio personal y el escenario simbólico.

Es ocioso recordar que la auténtica educación es el predicado del ejemplo . La imitación de los modelos, arquetípicos o concretos, es la base de la cultura y nada puede contra ellos la más docta y prolija exposición teórica. La actitud permanente del iniciado ha de ser la de utilizar el espejo que le brindan sus hermanos para imitar lo que de bueno halle en ellos y en su comportamiento, y para corregir en sí mismo aquellas imperfecciones que crea detectar en los demás.

Cada hermano que esté más avanzado en el camino, constituye una referencia, un hito, una constatación, pero también un apoyo, un punto de seguridad en la cordada, una visión sobreelevada capaz de orientarnos sobre donde debemos colocar nuestro pie en el próximo paso. Y cada hermano que veamos ahora en un punto por el que hemos pasado, pondrá en evidencia el grado de perfección con que superamos ese nivel nosotros mismos, la perspectiva de nuestra propia evolución.

Con frecuencia se encuentran legados escritos o mantenidos oralmente de antiguos caminantes, cuadernos que son tesoros para nuestra empresa, pequeños manuales o mapas guardados bajo piedras o entre las grietas de la montaña, y que tras conocer su contenido, deberemos volver a colocar con mimo en el camino, a salvo de la lluvia, del viento y del tiempo, para que otros escaladores los encuentren a su paso. Tal vez podremos dejar nuestros propios legados a disposición de los que vendrán más tarde.

No hay como ver cómo lo hace otro, para aprender a hacerlo. Intentad enseñar a bailar el tango mediante una explicación grabada en una cinta magnetofónica. Los resultados serán tan diversos como descabellados. Por el contrario, bailad el tango y, quien os vea, sabrá claramente cuál es el objetivo y, aún sin más ayudas, podrá buscar la técnica y estará a salvo del error.

No hay que olvidar, sin embargo, que el ejemplo ni implica la perfección. El iniciado deberá entrenar su juicio y su criterio para filtrar lo esencial y útil de cada ejemplo y saber desechar lo espurio o contingente. La singularidad de cada individuo relativiza su validez como ejemplo. De poco me servirá observar a las aves si pretendo volar con mis propios brazos, aunque tal vez me sea útil para inventar un aeroplano.

Por todo ello, una tradición iniciática no debe entenderse como una gran biblioteca donde todo está escrito, sino como un sistema vivo y colectivo, donde el aprendizaje es continuo y vivencial, donde no basta con saber lo que hay que hacer, sino donde se hace, en equipo, en acción secuencial, en permanente intercambio de información, con una interactiva tensión para la atención, la concentración, la imitación con criterio y la participación.

No es el camino iniciático para hombres solitarios, sino para poner los pies en polvorosa, tanto más cuanto que se trata de lo que Gurdjieff llama, según nos narra Ouspensky, “el cuarto camino”, aquel que se recorre sin salir de este mundo, pero sacando a este mundo de nosotros, aquel que abre todas las llaves del conocimiento simultáneamente y de un modo tan rápido que puede abarcarse por la duración de una vida humana, aquel que realiza “el hombre astuto” con ventajas sobre el faquir que aprende a poder sin comprender, del monje que aprende a partir de la fe y que nada puede hallar sin ella, y del yogui que hipertrofia su centro intelectual hasta saberlo todo y no poder hacer nada.

Cualquiera de esos otros caminos, que pueden desarrollarse en solitario, requieren sin embargo una total renuncia al mundo común, un total abandono de todo, y además son muy largos, costosos y de inciertos resultados.

Al dedicarse plenamente al dominio de un solo aspecto, sea al control del cuerpo y desarrollo de la voluntad, sea al control de las emociones a favor de la fe como único sentimiento, o sea al control del intelecto a expensas de descuidar voluntad y fe, suelen dar resultados interesantes cuando el individuo es ya demasiado viejo para cultivar los aspectos que han quedado atróficos.

En un camino iniciático no es precia la renuncia total y previa a la totalidad del mundo ordinario, sino que el caminante va paulatinamente prescindiendo de todo lo que es rémora. No se requiere fe previa, sino que ésta va afianzándose sobre las certidumbres de los resultados.

No requiere más esfuerzo del necesario para dar un paso tras otro, a medida que se va transformando holísticamente el ser del iniciado, al paso en que se va dominando al cuerpo, a las emociones y al intelecto, y, por tanto, al ritmo en que se va alcanzando la creciente capacidad para acceder al conocimiento.

La necesidad de una conciencia despierta permanentemente, hace preciso el contexto de una escuela, en cuyo seno se transmite el conocimiento y se garantiza la mutua vigilancia entre adeptos, para que nadie se duerma.

Junto al elemento del ejemplo de los hermanos, es igualmente necesario el estudio personal , pues cada camino es, como hemos adelantado, singular. Sólo existe un camino para cada iniciado, por más que todos se orienten a una misma meta. No sólo los trazados serán disímiles, sino que también lo serán los ritmos y las herramientas, las mochilas, el calzado, la velocidad y los posibles testimonios.

El camino, aunque fuera siempre el mismo, habrá de ser recorrido en momentos diferentes, donde las circunstancias podrán variar extraordinariamente, y, así, los contextos históricos diferirán en cada caso, tal como la lluvia, el frío o el viento pueden hacer muy diferente la misma vía de ascenso de una escalada.

Por este motivo, cada iniciado deberá recorrer su personal e intransferible camino en el momento en que le haya tocado, con su mochila de recursos, con sus compañeros de viaje, y también con sus maestros, el más importante de los cuales habrá de descubrirlo en su propio interior.

Por fin llegamos a la que sea tal vez la más específica de las notas del sistema de aprendizaje iniciático: el simbolismo

La acción pedagógica del símbolo se realiza por exposición directa de la cosa a mostrar, esto es, no a través de predicados racionales sobre la cosa. Es diferente del análisis, pues no estudia las partes componentes, sino que pone en contacto sintéticamente con el objeto.

No pretende el símbolo promover la abstracción filosófica relativa a la realidad; por el contrario, busca un contacto íntimo, enfático, impactante, movilizador y sugerente con la realidad misma, de modo concreto, a través de la vía intuitiva, suprarracional, utilizando instrumentos vivenciales que disparan los resortes de todas las potencias humanas, del ser total del que aprende, vibrando en un acorde compuesto por un conjunto de notas que representarían los diversos niveles de comprensión posibles, todos ellos ciertos, todos válidos, pues todos son partes de un mismo sonido, por más que una visión desde la perspectiva infrainiciática crea descubrir aspectos disonantes o contradictorios en el conjunto, pues las presuntas diferencias no son sino niveles complementarios de comprensión.

La lección del símbolo es alimento para el espíritu, actuando la inteligencia como aparato digestivo. El símbolo busca un crecimiento del ser, no del conocimiento directamente; transmite unidades ontológicas, no conceptuales; persigue el avance en lo trascendente.

Una vez que el ser crece, se ve de inmediato capacitado para asumir un mayor conocimiento, no por fuerza mediante la absorción de más unidades de información, sino a través de una renovada visión de lo ya presuntamente sabido. Es por ello que el progreso personal es un continuo retorno al origen, es una reiterada reorganización del psiquismo interno, es una repetitiva mirada al objeto a conocer, la realidad, pero con herramientas e instrumentos de percepción cada vez más potentes y sofisticados, cada vez más sensibles y precisos, más fiables, más conscientes.

La pedagogía simbólica es antiquísima, muy anterior a la filosofía, a la ciencia y a las religiones. Por fuerza ha de haber sido coetánea de la mitología, ya que el nacimiento de los símbolos requiere una inmediata organización de contenidos en un encuadre didáctico que garantice la transmisión. Así, la simbólica se estructura en un mapa útil para conocer el mundo psíquico, tanto individual como colectivo, y útil también para impulsar el movimiento con pautas de orientación y de eficiencia. Cada símbolo tiene su propio significado, estratificado en niveles armónicos, y también constituye una pieza complementaria del mapa simbólico completo.

No es posible jugar con la interpretación libre de los símbolos, pues, si bien el conocimiento es subjetivo, no se presta al albur de la fantasía personal, sino que está ligado a la voluntad del emisor, que es un hombre de superior desarrollo espiritual y que ha accedido a un nivel determinado de comprensión. Por tanto, el significado del símbolo es, aunque polimorfo, unívoco; aunque polifacético, único; aunque multidimensional, concreto y riguroso.

Los símbolos poseen representación en imagen, al contrario que la idea, que aunque pueda asociarse a imágenes, es en sí misma una abstracción del sistema racional de pensamiento. Mientras que las ideas y las abstracciones científicas y matemáticas pueden quintaesenciarse en el signo, indebidamente llamado símbolo, cuya representación puede ser tan esquemática como se desee sin que se altere el significado, el verdadero símbolo es, en palabras de Guenón, “una encarnación de la idea”, nunca una abstracción.

Dice Jean Chevalier que la abstracción vacía el símbolo y engendra el signo, mientras que el arte, por el contrario, huye del signo y nutre el símbolo. La representación simbólica es rica en detalles concretos, y así, puede hablar a una diversidad de niveles de comprensión, dificulta la libre interpretación caprichosa y consigue distraer la atención del observador sobre aspectos fundamentales que no debe vivenciar hasta que no alcance el nivel idóneo de capacidad y de predisposición.

El símbolo, por tanto, está hecho para ser mirado una y mil veces, para inducir la meditación en su contemplación, para ser absorbido de un bocado y para ser digerido a lo largo de los años, de la vida, del camino. Permanece donde se le coloca, para todos y para siempre, y cada vez que nos lo comemos, lo deglutimos entero, si bien los matices de sabor, los efectos que produce la ingestión en nuestra alma, son distintos en cada nueva ingesta, aunque el alimento es siempre el mismo.

El sistema simbólico se interesa por dos aspectos: el sentido interno de las cosas y su interconexión dentro del Todo. Reconoce las correspondencias entre los distintos niveles de la realidad, que es única aunque multipercibida desde distintos ángulos, perspectivas, actitudes y aptitudes. El lenguaje es, por tanto, analógico, lo que queda indefectiblemente expresado en las tan conocidas fórmulas “arriba como abajo”, “así en la Tierra como en el Cielo” o, tal como lo enunció Goethe, “lo que está dentro, está también fuera”. Se trata, pues, de un sistema unificador, que pone en fase la realidad psíquica interna con la realidad exterior, el Microcosmos con el Macrocosmos.

Los símbolos, elementos de un patrimonio universal y arcano, precientífico, para-racional y supraintelectivo, de vocación eterna, de inspiración trascendente, de lenguaje analógico y unificador, con recursos de estimulación holística de las potencias del hombre, con propósito motor, con representación holográfica, prolija y enfática, nacidos como respuesta a los interrogantes adánicos que dieron lugar al desarrollo de la Metafísica , son los hitos junto al camino iniciático, son las piezas del mapa del mundo cuando se desea llegar al plano trascendente.

Es posible dibujar muchos mapas distintos para señalar la ubicación de un tesoro, todo depende del punto de partida y del estilo de la escuela esotérica de que se trate, pero el tesoro es siempre el mismo, y los símbolos, tal vez dispuestos en distinto orden, tal vez en un sistema progresivo diferente, son también siempre los mismos. Así, aunque las escuelas desaparezcan, los símbolos emergen tozudamente una y otra vez a lo largo de la historia, y en la intimidad de cada hombre y de cada comunidad, en los sueños, en el folklore y en el arte.

La Masonería posee su propia simbólica y se ocupa de su estudio sistemáticamente mediante un encuadre característico. Como escuela iniciática, trabaja por mostrar el camino a los hombres predispuestos para que se haga posible el crecimiento y desarrollo de su ser. Parte de los masones podrán llegar a formar parte de la aparentemente inconexa comunidad esotérica, ese conjunto de hombres superiores que poseen la casi totalidad de conocimiento disponible en cada momento histórico.

La clave del valor didáctico de los símbolos estriba en la universal ley de las correspondencias. De este modo, haciendo una observación del cosmos en cualquiera de sus aspectos, y reflexionando cabalmente sobre tal observación, descubriremos todas y cada una de las leyes del universo, pues tales leyes no pueden sino manifestarse en cada fenómeno, por muy diversa que sea la escala de manifestación o la perspectiva de observación.

Por eso, una construcción ha de seguir unas leyes, independientemente de que se pretenda construir una catedral, una organización, un mundo justo y perfecto o un templo interior. Igualmente los ciclos de la naturaleza se reproducen en los grupos humanos, en las propias personas y en sus empresas.

Esta inexorable ley de correpondencia universal hace posible la elaboración de símbolos universal y permanentemente útiles para cualquier aprendizaje verdadero

FUENTE; https://scg33esp.org/wp-content/uploads/2016/12/Zenit

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